Nacionalismo

Unió Democràtica de Catalunya

La Razón
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La semana pasada se anunció la inminente disolución de «Unió Democràtica de Catalunya», partido democristiano fundado en noviembre de 1931 a raíz de un manifiesto aparecido en el periódico «El Matí de Barcelona» e impulsado por destacados militantes procedentes del carlismo, al que habían decidido abandonar ante la reticencia de la Junta Regional de la Comunión Tradicionalista en dar el respaldo al Estatuto de Cataluña. Posteriormente, se incorporaron a la entonces nueva formación otros militantes derechistas procedentes de la «Lliga Regionalista» y de «Acció Catalana». Desaparecido UDC, el único partido catalán nacionalista no independentista y europeísta, el catalanismo de derechas quedará desarbolado y en manos de unos aventureros que se alejan de la prudencia y la estabilidad económica, siendo además aliados de partidos de la extrema izquierda.

Cataluña no se separará del resto de España en los próximos meses y seguramente tampoco en los próximos años, pero la sociedad catalana vive una profunda desafección hacia el proyecto español, que afecta a un porcentaje muy alto de la población, con una triple división: lingüística, social y territorial. Los catalanoparlantes son mayoritariamente independentistas, las zonas más desfavorecidas económicamente votan constitucionalismo y la división entre la Catalunya urbana españolista y la rural separatista revive viejas banderías de guerras carlistas, siendo Tarragona el eje unionista y Girona el secesionista. No podemos negar la gravedad de la situación en que se encuentra el proceso que ha liderado Mas y sus asociaciones civiles y que ahora está en manos de nuevos y radicales actores. En los próximos años el proyecto de secesión vivirá nuevos movimientos tácticos con la incorporación de generaciones de catalanes que ignoran el ideal común de España y que han sido educados en un marco mental de «dos pueblos, el español y catalán, como acérrimos enemigos». Mientras tanto, deberemos convivir con un gobierno de la Generalidad en confrontación con la legalidad, manejando una millonaria campaña publicitaria a través de la capilaridad que le permite las onerosas ayudas a los medios y la nada despreciable relación clientelar que ejerce sobre un alto porcentaje de catalanes. Históricamente, el catalanismo ha compatibilizado la lealtad territorial y la admisión del vínculo nacional español, el deseo de compartir la ciudadanía con el resto de los españoles, al tiempo que afirmaba las innegables especificidades de la identidad propia, pero entendiendo que su génesis fue un proyecto de hacer una España más unida y fuerte. Feliu i Codina lo expresó bien claro: «Espanyolistes som tots en aquesta regió, no per tots ben entesa, però el nostre espanyolisme no ens impedeix que siguem catalans fins el moll de l’os». El suicidio asistido por corrupción de «Convergencia» junto a la desaparición de «Unió» ha dejado un enorme espacio ideológico (centro-derecha), moderado (legalidad ante rupturas traumáticas) y catalanista (la catalanidad ante el separatismo), que deja huérfanos de referentes políticos a decenas de miles de catalanes en las más que probables elecciones en otoño de este año.