Alfonso Ussía

«Ussxit»

La Razón
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No albergo duda alguna de que, para España, el ingreso en la Comunidad Europea ha sido harto beneficioso. Pero tampoco dudo de que para mí, el euro ha supuesto lo más parecido a una ruina. Y no tiene culpa el euro, sino mi incapacidad para establecer instantáneamente el valor facial del euro respecto al de la peseta. Las nubes de la confusión han nublado mi entendimiento, y éste insiste en indicarme que 10 euros son 100 pesetas, 50 euros cinco mil pesetas y 500 euros, cincuenta mil. Y así, todo se desmorona. De tal modo, que en la más absoluta soledad, sin buscar compañeros de aventura, me he propuesto, como los británicos, abandonar unilateralmente la Unión Europea. No preciso de «referéndum» porque mi voto, el único válido, está ya decidido. Al «Brexit» del Reino Unido se suma al «Ussxit» de mi humilde persona.

Lo del Reino Unido se veía venir. Entraron, pero no del todo. La obsesión de control de la Unión Europea de costumbres enraizadas en los diferentes países que la conforman, no ha triunfado en Inglaterra, Escocia, País de Gales e Irlanda del Norte, además de las pequeñas islas adyacentes. Aquí en España, todo lo que ha ordenado o legislado la UE, lo hemos asumido. Hasta el permiso o prohibición de la caza del lobo, Duero abajo o Duero arriba, ha resultado ser un capricho europeo. Así que llegó un noruego una tarde de pésimo humor, agarró un mapa de España, marcó una línea de separación coincidente con el curso del Duero y dijo: «Duero para arriba, lobos poder matarse; Duero para abajo poder matarse a quienes matar lobos». Y así están los ganaderos de Segovia, Ávila y el sur de Burgos Zamora y Salamanca. Que ven a un noruego y se lo meriendan.

Pretendo ser bien interpretado. Soy un enamorado de la naturaleza y me apasiona el lobo. Pero creo que la prohibición o permiso de su abatimiento precisa de un estudio y una decisión menos frívola. Y no mencionemos al buitre, que Europa también prohíbe y un día se van a llevar a los niños de los balcones de sus casas.

El Reino Unido ingresó en la Comunidad Europea sin renunciar a la libra esterlina, sin obligar a los británicos a conducir por la derecha, sin aceptar la codiociosa intervención de la UE en la economía de las islas y sin tener que doblar el lomo cuando aparece en lontananza o en la lejanía un alemán. Las medidas se rigen como antaño, los grados de temperatura mantienen su lealtad a Fahrenheit, los niños zurdos no son forzados en las escuelas a escribir con la mano derecha y el Imperio sigue funcionando tan elegante y malamente como ha funcionado siempre. Con prodigiosa estética y deslumbrante cinismo. En Bruselas, que se ha convertido en los últimos decenios en la ciudad más hortera y desalmada –sin alma, quiero escribir–, de Europa, han intentado por todos los medios convencer a los británicos de los beneficios que gozarían con sus renuncias a la tradición, y los británicos le han respondido a Bruselas que «tururú», cuya traducción literal al inglés ignoro por completo. El «Brexit» no es otra cosa que la separación del orgullo británico de la antipatía bruselense dominada por la prepotencia alemana. Y no olvidemos, que los recuerdos de los enfrentamientos bélicos siguen ahí, escondidos en cualquier parte y cualquier mente, incluso camuflados en las raciones de fresas con nata que se consumen durante el torneo de Wimbledon. Ahí están los ingleses. Los únicos que no han aceptado la dictadura de las marcas deportivas y exigen a Fernando Verdasco que abandone por unos días sus horribles niquis para jugar de blanco, como está mandado.

Mi intención carece de la fuerza y el apoyo del «Brexit». Abandonar unilateral e individualmente la Unión Europea es una majadería. Pero también las majaderías pueden revestirse de dignidad. Retorno a las pesetas – las buscaré donde sea–, le hago un corte de mangas a Bruselas, me propongo disparar contra un buitre leonado, y procedo al «Ussxit» coincidiendo con el «Brexit».

Así, sencillamente.