Cristina López Schlichting

Vaga de 23 años

La Razón
La RazónLa Razón

La Audiencia Provincial de Cantabria ha denegado a una chica de 23 años la pensión que exigía de sus padres, una pareja separada que ha podido demostrar que la criatura no da ni chapa. La sentencia condena a la chica a las costas y establece jurisprudencia sobre un asunto que se repite más y más. El tribunal acepta la obligación de los padres de proporcionar alimentos a los hijos, pero matiza que «siempre y cuando la necesidad no haya sido creada por la conducta del propio hijo». La chavala no tiene ni la Secundaria acabada, ha estudiado ofimática «sin aprovechamiento alguno» e incluso ha trabajado en Londres sin siquiera aprender inglés. Sería un caso sin importancia si no llevase años repitiéndose. Varias veces se han quejado los oyentes en antena de hijos que se aprovechan de ellos y exigen dinero sin hacer nada a cambio, incluso se han planteado demandas de padres que solicitan a los magistrados que saquen de casa a hijos gorrones que, bien pasada la mayoría de edad, siguen aferrados al sofá del salón, mirando al techo plácidamente mientras esperan que papá y mamá les resuelvan el día a día.

Sobre la educación no hay máxima que me haya resultado más útil que la de mi padre: «No pretendas entender a la siguiente generación, Cristina. Yo tampoco te entiendo a ti». Existe una incomprensible tendencia de los llamados «millennials» a no hacer nada, pero nada de nada. Ya es difícil entender a quien no piensa en labrarse un futuro, pero todavía más lo es ponerse en el pellejo de quien, por no tener, no tiene ni hobbies. Ni los cómics, ni el cine, ni el deporte, ni la comida. Nada de nada. Hay ninis cuya única actividad son las redes sociales, los juegos de internet y el sueño. Un sopor demoníaco amenaza con tragarse a muchos jóvenes. No les gusta viajar, no quieren vida cultural, ni siquiera se apasionan por la juerga. Están aletargados.

Dicen los expertos que la hiperestimulación generada por los dispositivos electrónicos ha provocado intolerancia frente a la realidad. Que se aburren porque el ritmo de la naturaleza es lento para sus estándares. Y por eso se desconectan de todo. Por otra parte, tienen tan interiorizado el estado del bienestar que no temen el hambre ni la pobreza. Supongo que no consideran la posibilidad de padecerlos. Algo muy grave tiene que pasar en la cabeza de una muchacha que decide demandar a sus propios padres en lugar de ponerse a currar. Alguien la ha convencido de su derecho a ser mantenida. En cierto modo, y según estándares aberrantes, es una luchadora por sus principios. Habrá que empezar a explicar a los menores que tienen el deber de salir adelante sin que otros les saquen las castañas del fuego. Apoyados por los padres y la sociedad, pero haciendo uso de sus propias fuerzas y esforzándose, sin recurrir a otros para que les solucionen la papeleta.