Marta Robles

Vecinos

La Razón
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Ayer en el programa de Amigas y Conocidas de TVE, hablamos de los vecinos, a cuento de la obra que interpreta Eva Hache en el Teatro Bellas Artes, titulada «Los vecinos de arriba». Y concluimos que las relaciones vecinales han de ser medidas con extraordinario cuidado. Una amistad extrema, de las que conlleva confesiones, puede tener serias consecuencias en temporadas de enfado o desacuerdo por un quítame allá esas goteras. Por ejemplo. Y ni que decir tiene que liarse con la vecina del quinto, por muy estupenda que esté, sobre todo cuando se convive en el séptimo con otra señora y seis churumbeles, está absolutamente prohibido. Bromas aparte, la convivencia vecinal a veces resulta abrumadora por varias razones. La primera de ellas, los ruidos. Y no solo de música alta, celestial o demoníaca, sino de todos esos actos fisiológicos, incluido el sexual, cuyos sonidos se filtran a través de esos tabiques de papel de fumar de las casas de hoy. Hay quien opina que, si no se puede con los vecinos, es mejor unirse a ellos; pero claro, cuando se los encuentra en el ascensor – ese habitáculo tan tentador en las películas, como odioso en la realidad–, ya se advierte que no son lo que los británicos llaman su «cup of tea». O lo que es lo mismo, que no le gustan nada, casi ni como vecinos, así que como para sumarse a otros jueguecillos. Los ruidos, las basuras, el pago de la comunidad y demás asuntos hacen que el mejor consejo para sobrevivir a estas relaciones de cercanía sea la prudencia. Que es un arte, como dijo Baltasar Gracián. Y un salvavidas, cuando estás a punto de naufragar en el océano...