Enrique López

Venga de donde venga

La Razón
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Esta semana hemos vivido en España un cruel suceso que le ha costado la vida a una persona, Víctor Laínez. La descripción de lo acaecido es muy conocida y, en cuanto a la valoración de la acción del presunto responsable, la justicia tiene la última palabra. Pero lo que ya se puede decir sin género a dudas es que Víctor Laínez es una víctima de la intolerancia y del fanatismo, y hay que condenarlo sin paliativos. Cuando se produce un hecho de esta o cualquiera otra vil índole, y existe una narración primaria de lo ocurrido que deja poco lugar a la duda al margen de su juicio definitivo, se exige una inmediata y enérgica condena ad hoc. Ante este tipo de sucesos algunos utilizan la muletilla «hay que condenar la violencia, venga de donde venga», de tal suerte que pareciera que el acto execrable no tiene por sí mismo la suficiente gravedad, sino que necesita de un contexto general para poder dar lugar a la repulsa. Quien expresa semejante lema supone poseer una exquisita sensibilidad moral, que le coloca en contra de todo tipo de acto violento, pero a veces lo que realmente ocurre es que la naturaleza o la causa del crimen no le resulta amigable o afín, o al revés, y para poner distancia se parapeta detrás de la general condena de la violencia. Esto me recuerda cuando se producía un acto terrorista de ETA y algunos, para no condenar la acción de la banda criminal, acudían precisamente a esta frase –condenar la violencia viniera de donde viniera–, presentado el acto terrorista de forma equidistante frente a lo que pregonaban como violencia institucional, de tal modo que esta última se presentaba como la causa de la violencia criminal y por ello, o se reprobaba ambas violencias o no se reprobaba ninguna. ¡Deplorable! La violencia etarra era equiparada por algunos con la violencia pública legítima, aquella que tiene que usar un Estado de Derecho para imponer sus premisas legales y, sobre todo, para garantizar la seguridad y el libre ejercicio de los derechos individuales. Como decía Max Weber: «Has de resistir al mal con la fuerza, pues de lo contrario te haces responsable de su triunfo». Mas cuando en el origen de la violencia hay un componente ideológico, algunos pretenden clasificar a las víctimas, los tuyos y los míos, los de un lado y los del otro y por ello, para condenar una muerte hay que actualizar el recuerdo de otras, como si una muerte violenta por sí misma no fuera razón suficiente para realizar una condena específica, o a lo peor, se pretende equilibrar. Por ello, convendría comenzar a hacer un uso más limitado y responsable de la manida frase sobre la violencia «venga de donde venga». Si se quiere condenar un atroz y cruel suceso, se debe condenar por sí mismo y no acudir a evocaciones generales, porque en el fondo lo que parece es que no se quiere condenar. Como decía Sartre, «la violencia, sea cual sea la forma en que se manifieste, es un fracaso». Y yo añado: no condenarla concretamente agranda el fracaso.