Paloma Pedrero

Yo y la otra

La Razón
La RazónLa Razón

Para este artículo me gustaría poder utilizar iconos, caritas de asombro y de guasa, sobre todo. Porque les voy a hablar de mis dos yos. No lo había confesado antes, pero esta mañana hablando con mi hija Candela, de 18 ya, se lo conté. Y ella, gratamente sorprendida, me reveló que le pasa lo mismo y que no sabe cómo acabar con su yo diabólico. Soy un ángel y un demonio, me ha dicho. Pero mi demonio siempre puede a mi ángel y acabo con la bondad por los suelos. Candela saca malas notas, con esta Educación que tenemos no me extraña. Pero, ante esta declaración, no he podido menos que decirle: yo sólo por esta frase te aprobaría la literatura y la filosofía. Está en segundo de bachillerato y le suspenden. A lo que iba, yo también tengo un ego canalla –a mi edad tiene bemoles– que me regaña continuamente. Me dice, por ejemplo, ya has metido la pata, tía. O, quieres hacer el favor de levantarte, vaga. O, si es que por más evolucionada que te sientas, sigues siendo una estúpida. Dicen, parece ser, que somos muchos los que tenemos un Pepito Grillo cabrón, que, en el fondo, es el que nos hace crecer. Pero que hay que controlarlo. Yo, ahora que soy mayor, he encontrado una fórmula. Ella me recrimina y yo le pido ayuda. Sin ofenderme, sin perder la bondad. Pregunto a mi otro yo: ¿y tú qué harías, querida? A veces, casi siempre, se queda cortada y pasa de mí. Yo respiro aliviada, como si hubiera vencido. Pero últimamente ella me está empezando a contestar. Y estoy esperanzada porque si llegamos a un entendimiento podremos fundirnos y vencer la esquizofrenia. Ahora carita con el ojo guiñado.