Marta Robles

Yo y mis circunstancias

La Razón
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A una semana del Día internacional contra la violencia de género, me repugna pensar que andamos a vueltas con el asunto de «la manada». Por el hecho en sí y más aún porque parezca necesario explicar que una violación es una violación independientemente de que la violada lleve minifalda, se haya bebido toda el agua del Jordán o sea prostituta. ¿Acaso la violación es más grave si la violada se revuelve, araña y se juega la vida, que si se queda inmóvil y no ofrece resistencia? ¿Es más punible la agresión cuando la víctima sufre ansiedad postraumática y es incapaz de recuperarse que cuando consigue hacer una vida normal? Se habla del perfil de la violada como si todas las mujeres fueran standard y se las pudiera juzgar de la misma manera. Ni a ellas
–nosotras– ni al resto de los mortales. «Yo soy yo y mi circunstancia», diría Ortega y Gasset, y por ella o pese a ella los comportamientos de los seres humanos son diferentes. Me pregunto si alguien le pondría un detective a la viuda de un asesinado para evaluar el daño real que le ha provocado la muerte del desaparecido y juzgar al criminal en función de su tristeza. Está claro que no. Y eso tiene que ver con que no todos los delitos tienen la misma consideración. El de violación aún está sujeto a la apreciación moral que suscita la víctima. Los propios acusados, su abogado, los detectives y hasta el juez que acepta las pruebas, parecen pensarlo así. Y ese es el principio de la Injusticia y tal vez la explicación a que sigamos imposibilitados para encontrar la forma de erradicar la violencia machista