Alfonso Ussía

Zollipos

La Razón
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El separatista catalán es muy dado al zollipo. El zollipo es un sollozo intercalado o interrumpido por golpes de hipo que procura la misericordia del entorno. El de Podemos que se besa con Iglesias en la boca, creo que se apellida Domenech, no llora, zollipea. Como Forcadell, como Évole, o como la portavoz Rovira. Guardiola es de Zollipo, y más aún, la hermana de Guardiola que se ha quedado sin chollo en Dinamarca. La transformación del llanto en zollipo es interesante. Principia la emoción con las lágrimas asomadas a los ojos, a punto de cauce. De ahí se pasa al lloriqueo, que desemboca en llorera. La llorera aumenta la presión y surge el sollozo, que salta al gimoteo y el berrinche. Y cuando el berrinche alcanza su punto más álgido, emerge el zollipo. Un hipo doloroso, granulado, y de sonido estremecedor. El zollipo es pues, el desahogo más lamentado de la tristeza y la decepción. Además del mundo separatista, el de los actores de cine es muy dado al zollipo cuando reciben premios por su labor política, más que cinematográfica. En la gala de los «Goya» se suceden los zollipos, probablemente por la fealdad del objeto que se lleva el premiado. En una localidad mediterránea me concedieron, años atrás, un premio de gran relevancia, «La Sirena de Plata». No lloré al recibirlo. Se trataba de una sirena de plata de ley descansando sobre una roca, asimismo de plata. Agobiado por su presencia en la habitación del hotel, opté por situarla en el Minibar, pero su altura lo impedía. Escondí a la sirena de plata sobre roca de plata detrás de una cortina, y con vistas al mar. Creo que actué correctamente. Y al día siguiente, le regalé la sirena de plata sobre roca de plata a la camarera que me sirvió el desayuno en la habitación. De la emoción, rompió en zollipos. No pude entender bien sus palabras de agradecimiento, porque el hipo sumado al llanto impide la correcta pronunciación de las voces, pero me quedé con el final. «Es lo más ----oso que he me han r----ado en mi vida». Deduzco que me dijo que era lo más precioso que le habían regalado en su vida, pero también, en un arranque de sinceridad, podría haberme dicho que era lo más horroroso que le habían regalado en su corta vida, porque a su juventud y belleza unía un gran desparpajo. Me mantuve quieto y firme mientras me besaba y renuncié al acoso, de lo cual me alegro, porque el hecho que narro sucedió hace quince años y hoy estaría dispuesta a denunciarme.

Cuando supo Domenech que Puigdemont se había largado a Bruselas, rompió en zollipos. Como la señora Forcadell al hacer su entrada en el Parlamento catalán entre los aplausos de sus subordinados, o Marta Rovira al exigir la puesta en libertad de sus compañeros de «indapandansia», o como Guardiola y su hermana, o como Évole, que es un zollipo que anda, un zollipo en movimiento, un zollipo entregado a los abrazos de Otegui. Y lo entiendo. Nada más triste y angustioso que el Proceso y sus pormenores, y para colmo, sus resultados. Puigdemont ha dejado en bragas silvestres a sus consejeros, a los miembros de la Mesa del Parlamento catalán y a sus seguidores. El Proceso de independencia de Cataluña ha unido a los españoles y le ha quitado la careta a los golfos redomados de Podemos. Todo les ha salido al revés, y me cuentan que también Pilar Rahola se desgajó en zollipos a medida que se confirmaba el desastre del independentismo.

Duele escribir de estas cosas. De la «Sirena de Plata» y de los zollipos del catalanismo independentista. No sólo se zollipea en Cataluña. En Andalucía, el llamado «cante jondo» es zollipo puro y duro, y de ahí mi resistencia a que me complazca. Pero el andaluz rompe en zollipo por razones de arte, y cuando ha terminado de cantar, se trasiega un fino y es feliz. En Cataluña, y durante estos últimos días, el zollipo se ha instalado en muchos hogares estrellados, y nunca mejor escrito. Hay días en los que la inspiración y el acierto aparecen súbitamente de la mano en el tramo menos pensado del artículo.

Llueve en el norte apasionadamente. Se han abierto sus cielos. Los prados se han pintado de verdes enfrentados e imposibles. Los hayedos comienzan a dibujarse en amarillos y sienas. El otoño es así y no hay quien lo cambie. Mi llanto es sereno y medido. Y pienso en Puigdemont y la que ha montado con su fuga, y me asalta el zollipo. Un zollipo diferente, como de risa.