Elecciones Generales 2016

Ciudadanos debe negociar con Rajoy o caerá en la irrelevancia

La Razón
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Una parte del éxito de Ciudadanos ha venido dado por la excepcionalidad de la crisis vivida por España desde 2010, que ha pasado factura al partido gobernante, como no podía ser de otra forma, pero también es cierto que había conseguido llegar a un amplio sector de los votantes gracias a unos mensajes cargados en positivo, alejados de los extremismos y sin ceder a las tentaciones populistas. Y, sin embargo, hoy más que nunca, el partido que preside Albert Rivera corre el riesgo de pasar a la irrelevancia y desaparecer como referente de esa opción centrista que aspira a consolidar en el panorama político español. De hecho, ha bastado que los ciudadanos intuyeran que Albert Rivera –con un discurso agrio, maniqueo y peyorativo contra el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy– podía convertirse en un obstáculo para que España saliera del «impasse» político y se conjurara, de paso, el riesgo de una deriva populista a la griega, para frenar la tendencia al alza de Ciudadanos. Por supuesto, también el pacto con el PSOE tras las elecciones de diciembre, maniobra huera que llevó al fracaso estrepitosos de la legislatura, se debe incluir en el «debe» del partido naranja pero, como ya hemos señalado, no es ahí donde hay que buscar la principal razón de su caída. No, la mayoría de los nuevos votantes de Ciudadanos querían creer, pese a las evidentes señales en contra, que su voto no iba a servir para ayudar a los socialistas, sino para complementar al Partido Popular, como se vio el 20D que sacó 40 diputados. Era, y en cierto modo aún lo es, un voto mayoritario de centro derecha, apoyado en gran parte en la defensa inequívoca de la unidad de España y de la igualdad de todos los españoles, que fue la principal seña de identidad de la creación del partido.

Las urnas del pasado 26 de junio han dado el apoyo mayoritario al Partido Popular y han castigado al resto de los partidos políticos, en mayor medida a PSOE y Ciudadanos, que han perdido 5 y 8 escaños, respectivamente. Desde la pura racionalidad política –y también desde la ortodoxia democrática–, es evidente que es a Mariano Rajoy a quien le corresponde presidir el futuro Gobierno de España. Lo ideal, como venimos reiterando, sería formar una gran coalición de los dos grandes partidos constitucionalistas, que incluyera también a Ciudadanos, permitiera abordar con garantías las grandes reformas que precisa el país, la lucha contra el desempleo y los complejos desafíos exteriores, entre los que no es menor la recomposición de la UE tras la salida de Reino Unido. Pero si esta gran coalición –que es habitual en otros países de nuestro entorno cuando se dan circunstancias excepcionales como las de estos últimos años de crisis– deviene imposible, no puede serlo que tanto el PSOE como Ciudadanos eviten un nuevo bloqueo institucional que los españoles, como ya se ha visto, volverían a castigar en unas hipotéticas terceras elecciones. El partido de Rivera está obligado a sentarse a negociar con el PP sin que ello signifique que tenga que aportar los escaños sin contrapartida. Pero mantener el rechazo sectario a Mariano Rajoy –veto personal que ha sido revocado por los electores– o imponer condiciones imposibles llevará a Ciudadanos a sufrir un mayor castigo. Porque los españoles quieren ya un Gobierno estable.