Cataluña

Colau elige el independentismo

La Razón
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Barcelona en Comú, el partido de Ada Colau con el que se mantiene al frente del Ayuntamiento de Barcelona, ha roto el acuerdo que, desde hace un año y medio –desde el 25 de mayo de 2016–, firmó con el PSC, pacto mediante el cual le ha permitido gobernar la ciudad, aunque con una exigua mayoría de 15 concejales frente a un total de 41. El motivo no tiene nada que ver con los proyectos municipales en curso, si es que realmente hubiese alguno, que no lo parece por tan drástica decisión, sino por la disconformidad de la alcaldesa con la aplicación del artículo 155, en contra del apoyo socialista. Podría haber sido otro el motivo, pero todo indica que la única cuestión que le importaba en su programa municipal era su propia proyección como líder en Cataluña. Ahí están los hechos para demostrarlo. La decisión no la ha tomado ella, pese a haberla inspirado, sino las bases de su partido, aunque por la mínima: el 54% se mostró a favor de romper con los socialistas. Colau dejó clara su opinión estos días, poniéndose al frente de las manifestaciones que pedían la libertad de los «presos políticos», una muy medida estrategia electoral al gusto de la demanda independentista. A 39 días de las elecciones autonómicas podría haber evitado un motivo más de inestabilidad política en Cataluña, pero han prevalecido sus intereses particulares por encima de los de Barcelona, una ciudad paralizada económicamente, sin pulso cultural y que ha perdido el liderazgo propio de una urbe metropolitana. Tampoco ha sido casual que el anuncio de esta ruptura se haya producido horas antes de la votación de la CUP en la que también la militancia, claro está, debía decidir la modalidad de participación en los próximos comicios (finalmente concurrirán en solitario), marcándoles así claramente el camino: los antisistema no tenían más remedio que participar si no querían ver una fuga imparable de votos hacia la formación de Colau. Los hechos dejan claro cuál es la postura de esta nueva marca –Catalunya en Comú-Podem, CCP–, porque el gobierno de la ciudad de Barcelona sólo se puede sostener con el apoyo de ERC, incluso con el añadido simbólico de la CUP. Es decir, con los partidos independentistas. Por tanto, toda la ambigüedad administrada por la gentes de Colau –estar en contra del referéndum y votar, por ejemplo– queda hora absolutamente aclarada, por si quedaban dudas. El mapa deseado por el que apuesta Podemos en Cataluña sería el de un nuevo tripartito de claro perfil anticonstitucional, dispuesto a acabar con el denostado «régimen del 78». Según todos los sondeos, ERC, CCP y la CUP se quedarían a cuatro escaños de la mayoría absoluta en el Parlament, aunque pudiese contar con la abstención del PDeCAT. Esta opción culminaría el pacto tan deseado por Pablo Iglesias con los independentistas y tan escondido hasta ahora por Colau –ayer no tuvo el decoro de anunciar ella misma la ruptura con el PSC: para no desgastarse–, de máxima tensión institucional y situaría a Cataluña en un escenario radicalizado por la puesta en marcha del llamado por los partidos de raíz chavista «proceso constituyente». Incluso un escenario no ensayado, porque el oportunismo y la irresponsabilidad a partes iguales de Colau puede llevarnos a situaciones indeseables; después de todo, el punto estrella de su programa, frenar la «masificación turística», es el único que se ha cumplido, aunque nefastamente ejecutado por el terrorismo islamista y la asfixia ambiental del independentismo. En todo caso, en las elecciones del próximo 21-D es donde podrán ensayarse estas opciones y calibrar el fondo electoral de Colau, cuya gestión como alcaldesa no pasará por haberse ocupado de los asuntos que afectan a los ciudadanos y sí por su proyección como líder para futuros objetivos.