Izquierda abertzale

Contra las mentiras de Otegi

La Razón
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La carta que publicamos ayer de Mari Mar Blanco, la presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo y hermana del concejal del PP asesinado por ETA en 1997, planteó el tema central de todos los procesos de reconstrucción de la memoria: el uso de la mentira de manera inmoral y descarnada a través de la tergiversación de los hechos. No es nuevo que los movimientos totalitarios –en el poder o insurgentes– quieran imponer un lenguaje en el que la muerte sólo sea la consecuencia de un «conflicto» justo y necesario. ETA alcanzó uno de sus logros más patéticos cuando denominó «socialización del dolor» a matar con un disparo en la nuca, siempre por la espalda. Todavía ahora, los miembros de la banda y los que le dieron cobertura política quieren prolongar ese estado de gracia semántica y convencernos de que los etarras que cumplen pena por asesinato –como los que fríamente ejecutaron a Miguel Ángel Blanco– son «presos políticos». En la gira que Otegi está realizando tras salir de prisión, éste se ha presentado como «hombre de paz», la esperanza blanca para un electorado que nunca mostró el menor dolor y arrepentimiento por los crímenes de ETA y, ni mucho menos, desobediencia, por la cuenta que le traía, y ahora quiere lavarse las manos de sangre para sumarse a un nuevo tiempo de paz, pero con la condición de ocultar a los muertos. ETA ha dejado de matar, ha sido derrotada con la fuerza de la Ley, bajo el principio de que una sociedad democrática no puede ceder ante el totalitarismo, pero ha inoculado la mentira en amplios sectores de la sociedad vasca y en los saldos de una izquierda atada a lo peor del pasado. La presencia de Otegi en las instituciones europeas es una anomalía democrática, como su propio discurso: es difícil sostener que el País Vasco ha sido víctima de una represión continuada de los estados español y francés –por seguir la jerga abertzale– cuando, si alguien ha querido destruir con ahínco nuestra democracia y planificó un verdadero exterminio de los partidos no nacionalistas, fueron ETA y el aparato de coacción creado a su servicio. Oír a Otegi decir que el día que sus compañeros asesinaron a Blanco él estaba en la playa y no intermediando, como cabría suponer en un «hombre de paz», ante sus secuestrados sobrepasa lo soportable en una democracia que se precia de sus valores. Los partidos que forman el grupo Izquierda Unitaria en la Eurocámara deben seguir idealizando ese historial de terror y sufrimiento causado por ETA y su absoluto desprecio a las víctimas y a sus familiares. Entre esas formaciones políticas se encuentran Podemos e Izquierda Unida, que sí conocen ese pasado, pero cuya visión política basada en el resentimiento y la revisión de lo que supuso la Transición les ha llevado a empatizar con un «hombre de paz» que no evitó ni una sola muerte. Tampoco hay que descartar los cálculos electorales en busca de un lugar en la izquierda abertzale. El presidente del Parlamento Europeo, el socialista Martin Schulz, confirmó que había recibido numerosas cartas contrarias a que Otegi fuese invitado, pero que no estaba en sus manos evitar la visita, ya que ha sido un ofrecimiento particular de un grupo parlamentario. Así es, pero de la misma manera que a nadie se le hubiese ocurrido invitar a los terroristas de la extrema izquierda durante los «años de plomo» en Alemania o Italia, o a las bandas fascistas que han campado por Europa, la aparición de Otegi demostró la debilidad de una institución ante los grupos totalitarios. Tuvo que ser una diputada, la hermana de Alberto Jiménez-Becerril –asesinado junto a su mujer en Sevilla en 1998: dejaron tres hijos huérfanos– quien alzara la voz en nombre de todas las víctimas y contra la mentira.