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Crímenes sin castigo posible

La Razón
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Es fácilmente comprensible la conmoción que ha producido en la sociedad española la terrible muerte en un instituto de Barcelona de un profesor apuñalado por un alumno de trece años. La primera reconstrucción de lo sucedido deja patentes tanto la premeditación del acto como la frialdad en su ejecución. El alumno se armó de un machete de caza, de una ballesta modificada y de un cóctel molotov con la intención de asesinar a una de sus profesoras directas, a la que hirió en el rostro con una flecha artesanal, y a algunos compañeros a los que tenía señalados en una lista, pero extendió su acción a quienes trataron de interponerse o de ayudar a las víctimas, ya fueran alumnos o docentes. El hecho de que el profesor apuñalado mortalmente apenas llevara dos semanas en el centro escolar, ejerciendo una sustitución, descarta cualquier animadversión personal previa y revela la inadaptación mental del joven ante un entorno que le parece hostil e injusto y al que transfiere la responsabilidad de sus propios problemas. Premeditación y alevosía, ambas presentes en este caso, tipifican el homicidio como asesinato, pero la actual legislación española considera inimputables a los menores de 14 años, por mucha gravedad que presenten sus crímenes, por lo que en ningún caso podrá ser juzgado ni sometido a otras medidas cautelares que no sean de atención y protección social o psicológica. Hay, por lo tanto, delito, pero no delincuente. Hay víctimas –una de ellas irremediable– pero no hay culpable. No es el caso de la eximente completa por enajenación mental, que implica un proceso y un veredicto. Por ello, bajo la tremenda impresión de los hechos, es inevitable que resurja un debate que no es nuevo y que tiene muy compleja solución. La repetición de crímenes inconcebibles por parte de niños que carecen de uso de razón tiende a endurecer las legislaciones, hasta el punto de que en Estados Unidos, donde se producen con mayor frecuencia, algunos legisladores plantean que se juzgue como adultos a menores de 10 años. También en Gran Bretaña, Jon Venables y Robert Thomson, ambos de diez años de edad, que asesinaron al pequeño James Bulger, de dos, fueron juzgados por el cruel crimen y confinados en un reformatorio, pero salieron libres cuando cumplieron la mayoría de edad. En el estado de Pensilvania, Jordan Brown, de 11 años, que asesinó a su madrastra embarazada mientras dormía, fue procesado como adulto, pero, al final, se le juzgó como menor. Ciertamente, en un ambiente social como el actual, donde los menores están plenamente expuestos a todo tipo de estímulos externos para los que aún no están suficientemente formados, la inestabilidad mental cristaliza, excepcionalmente, en crímenes precoces. Pero por su misma naturaleza, no parece que reducir la edad penal sea por sí sola la panacea que se precisa para prevenirlos.