Barcelona

El déficit democrático de la «nueva izquierda» que apoya el PSOE

La Razón
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Se han cumplido los primeros cien días de la constitución de los ayuntamientos tras las elecciones municipales y autonómicas del pasado 24 de mayo. El resultado indica que se ha producido un cambio en el mapa político, sobre todo a la izquierda del socialismo. La irrupción de Podemos como fuerza que, en menos de un año, aspiraba a conquistar La Moncloa, nos apuntaba un hecho revelador: que la democracia era un mero instrumento para alcanzar el poder. De ahí que hablasen de «asaltar el cielo» y otros eslóganes tan irredentos como impracticables en un Estado de Derecho. La llegada a los ayuntamientos de Madrid, Barcelona, Valencia, Cádiz o La Coruña de candidaturas que enarbolaban la bandera de una «nueva izquierda» y el fin del «régimen del 78» ha puesto en evidencia que no pueden arrogarse la exclusividad de la regeneración política, ni mucho menos de ser los defensores de las esencias democráticas. Muy al contrario. Recordemos la sonrojante web «versión original» que Manuela Carmena ha abierto en Madrid para contrarrestar la información de los medios de comunicación. Tampoco han hecho alarde de eficacia en su gestión, mientras el día a día al frente de una institución tan compleja como un ayuntamiento en una gran ciudad les está devolviendo la imagen de unos gobernantes que esconden sus propias carencias en un populismo que promete lo que es imposible cumplir, pero que es adornado con una demagogia propia del caudillismo que tanto elogian en otras latitudes. El PP presentó ayer un informe sobre el déficit democrático de estas instituciones que querían renovar la política bajo el principio, expresado a gritos, de «democracia real, ya». Sin embargo, esa democracia es la que ha permitido que puedan acceder a importantes instituciones y disponer de las herramientas para llevar a cabo sus políticas. Por contra, no hay nada reseñable que valorar en esa gestión que, si se puede definir de alguna manera, sería la de liquidar o paralizar los proyectos que el anterior gobierno había puesto en marcha. Hay que mirar el caso de Ada Colau, que más que una alcaldesa sigue siendo una activista social con aspiraciones de líder global. Esta «nueva izquierda» recoge los lemas y actitudes de la ortodoxia leninista, como utilizar las instituciones para aplicar programas altamente ideologizados y estigmatizar a la oposición como una fuerza que entorpece sus proyectos. Por otra parte, y siguiendo la tradición de la izquierda de antes de la caída del Muro de Berlín, creen que la autodeterminación es una reivindicación que debe homologar a cualquier izquierdista que se precie, aunque suponga alianzas con fuerzas nacionalistas reaccionarias y contrarias, por ejemplo, a la Unión Europea. No en balde, en esto coinciden con los nuevos partidos xenófobos europeos. La obsesión por los símbolos –incluidos los democráticos–, las banderas y erradicar cualquier expresión religiosa da la medida de unos partidos y coaliciones que practican un republicanismo y un laicismo propio de la peor época de nuestra historia. Llamar a no cumplir las leyes es un acto de demagogia irresponsable porque legitima la desobediencia, que es lo último que debería predicar un mandatario público. Lo que no estaba previsto en la irrupción de estas formaciones izquierdistas es que contaría con el apoyo del PSOE para arrebatar a los populares algunos ayuntamientos. Los socialistas deben recuperar su espacio e impedir que estas fuerzas accedan a gobiernos con la intención de aplicar programas que están más allá de la realidad.