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El dislate del PNV gibraltareño

La Razón
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La celebración del Aberri Eguna (Día de la Patria Vasca) es una de las fechas señaladas por el nacionalismo vasco para reivindicarse ante su feligresía y tocar la fibra emocional. Ayer, no fue una excepción, aunque los gerifaltes peneuvistas sí fueron capaces de sumar algún matiz a lo ya conocido. El lendakari Iñigo Urkullu y el presidente del partido sabiniano, Andoni Ortuzar, citaron a los suyos en la plaza Nueva de Bilbao bajo el lema «Antes, ahora y siempre, patria». Llegaba este Aberri Eguna en una coyuntura especial, pero también esperanzadora por el papel que la política vasca, sobre todo el PNV, pueda jugar en la estabilidad y la gobernabilidad de España. Urkullu pudo elegir compañeros de viaje de su gobierno para sacar adelante la legislatura y los Presupuestos de la Comunidad y apostó por los socialistas y también por los populares que refrendaron sus cuentas. Y no lo hizo por Bildu ni tampoco por Podemos. No es una apuesta menor, sino que refleja una voluntad de mirar hacia delante y no hacia atrás, como lo es la disposición a sumar sus escaños en Madrid a los del PP y Cs en los Presupuestos Generales del Estado. Por eso, el discurso de Ortuzar de ayer nos pareció innecesario, inoportuno y estéril. El PNV pudo solventar el trámite sentimental y lúdico del Aberri Eguna sin necesidad de reclamar para el País Vasco la «cosoberanía» que «Madrid ofrece a Gibraltar» como esencia de un nuevo estatus en la relación con el Estado que consagre a «Euskadi como nación», la bilateralidad en las relaciones y que sitúe a los vascos como «un sujeto político en pie de igualdad» con los españoles, con España. Ortuzar y Urkullu atizaron el ascua victimista, el de la incomprensión tan de su gusto, pero a continuación reconocieron para rizar el rizo del absurdo que «nunca Euskadi ha sido más nación que hoy» y «jamás, nuestras gentes habían estado tan autogobernadas por instituciones fieles al país». ¿En qué quedamos? Lo cierto es que los gobernantes peneuvistas, pero sobre todos los ciudadanos del País Vasco, saben que disfrutan de un envidiable estatus que les ha permitido sobresalir en bienestar y prosperidad respecto de la media del conjunto de España, y que su rumbo futuro no puede poner en peligro ese escenario, sino más bien hacer todo lo posible para consolidarlo en un Estado que lo ampara y lo protege. Por lo tanto, queremos pensar que el hecho de que Urkullu pretenda ser Fabian Picardo y convertir a las tres provincias en un remedo del Peñón es sólo una licencia frívola y esperpéntica propia del marco de la celebración. El Gobierno vasco, Urkullu, tienen problemas más serios por delante que abrir debates estériles en torno a futuribles que la sociedad vasca ni se plantea. Por ejemplo, ETA y su presencia en la vida política no serán un quebradero de cabeza menor ni una amenaza a la convivencia trivial. Ayer, en un comunicado, la banda terrorista, lejos de anunciar cualquier posible paso hacia la disolución, habló de que su teatral desarme es un medio para «impulsar el ciclo independentista», o lo que es igual, una forma de proclamar que pretende estar muy presente en el devenir de la comunidad. El PNV tiene un papel relevante que jugar para los vascos, pero también para el conjunto de los españoles. Lo puede hacer desde la responsabilidad que se le presume al lendakari en ocasiones, o puede elegir comportarse como un agente desleal y distorsionador. Podemos caminar juntos desde el diálogo y el interés general por el bien de los ciudadanos, o crispar la convivencia para beneficio de unos pocos. El PNV debe inclinarse por avanzar y desprenderse de los anacronismos propios del nacionalismo etnicista que fueron su origen y que han conducido hoy al descalabro a todas las formaciones políticas excluyentes que insisten en apartarse del progreso, la libertad y la democracia en pleno siglo XXI.