Lucha contra el desempleo

El empleo crece a buen ritmo, pero se necesitan más reformas

La Razón
La RazónLa Razón

Una vez más, los dos sindicatos de clase en España han oficiado su papel catastrofista ante la evolución de los datos del paro y de la afiliación a la Seguridad Social presentados por el Gobierno en funciones. Por supuesto, están en su perfecto derecho de señalar los aspectos negativos del mercado laboral español, que los tiene, pero no de ocultar una parte de las cifras, tratando de convertir la situación del desempleo en una foto fija. Es un discurso maniqueo que ignora deliberadamente que el número de cotizantes a a la Seguridad Social ha superado el peor dato de la crisis y que con crecimiento interanual del 2,68 por ciento se ha llegado a los 17.463.836 afiliados del pasado mes de abril. Es decir, 1.313.089 cotizantes más que en el fatídico mes de febrero de 2013. No es preciso recurrir a las hemerotecas porque la mayoría de los españoles guardan fresca la memoria de aquellos años finales del Gobierno socialista, cuando las tasas de destrucción de empleo en todos los sectores productivos, en todas las comunidades autónomas, en todos los segmentos de población, por edad y sexo, crecían por encima del 4 por ciento anual, hasta llegar a los seis millones de parados de 2012. Por aquel entonces, nadie, ni siquiera los sindicatos, denunciaban la precariedad de unos contratos que, simplemente, no existían. Lo que nos dicen los últimos datos del mercado laboral español referidos al pasado mes de abril es que se sigue creando empleo, aunque se haya ralentizado la tasa de crecimiento, que afecta positivamente a todos los sectores productivos –agricultura, industria, construcción y servicios–, a todas las comunidades autónomas y a todos los sectores de población. Ésa es, también, una parte de la realidad española que no se debe ocultar, y mucho menos por sectarismo u oportunismo político. En España, nadie discute lo contrario, los índices de desempleo se mantienen en unos niveles intolerables para una de las economías más desarrolladas del mundo, pero es igualmente cierto que se ha conseguido en cuatro años reconducir sus desequilibrios endémicos, que la convertían en una máquina de destrucción de puestos de trabajo en cuanto se producía una crisis. Basta recordar la tasa del 24 por ciento de paro de 1994, en la última legislatura de Felipe González. Pues bien, hoy, cuando las reformas impulsadas durante la legislatura de Mariano Rajoy todavía no operan al máximo de su potencial, la construcción ha dejado de ser el talón de Aquiles de nuestro sistema productivo, poco a poco sustituido como fuente principal de empleo por los nuevos sectores exportadores. En resumen, la cifra de paro actual – 4.011.171 desempleados– es la más baja desde agosto de 2010 y la tendencia, aunque aminora el ritmo, se mantiene. Incluso mejora la calidad del empleo, con un 18,2 por ciento más de contratos indefinidos que en abril de 2015. Nunca ha querido el Gobierno pecar de euforia ante el grave problema del paro. Al contrario, su discurso se ha centrado en la necesidad de perseverar en el esfuerzo hecho y en proseguir con el programa de reformas. Pero esto no es óbice para que se destaquen las cifras positivas, cuando las haya. Aunque sólo sea para cobrar nuevos ánimos ante las previsiones negativas de la Comisión Europea que advierten del deterioro de la economía global. Para entonces, por si se cumple el mal agüero, convendría tener hechos todos los deberes.