Reformas estructurales

El éxito exportador español muestra el camino a seguir

La Razón
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Las exportaciones españolas durante el primer semestre del año han crecido un 2,3 por ciento, lo que supone un nuevo hito histórico para el periodo de referencia. De todas las grandes economías mundiales, España es la única, junto a Alemania, que mejora su comercio exterior, aunque los germanos lo hacen en un modesto 1,5 por ciento. En efecto, frente al notable crecimiento del comercio internacional español, debido en buena medida a la acertada gestión del secretario de Estado de Comercio, Jaime García-Legaz, el conjunto de la UE ha sufrido una caída del 0,8 por ciento, arrastrada por el mal comportamiento de las exportaciones británicas y francesas. Fuera del ámbito comunitario, el panorama es similar: EE UU pierde un 6,5 por ciento; China, el 6,9 y Japón, un 8,9. Es importante retener estos datos porque en un mundo donde los mercados están cada vez más imbricados, ponen en su justo valor el esfuerzo y buen hacer del sector empresarial español, pero, también, el efecto positivo de las reformas llevadas a cabo por el Gobierno de Mariano Rajoy, principalmente la nueva legislación laboral, que más que abaratar los costes de producción, ha flexibilizado un mercado de trabajo, que se convertía en una máquina de generar parados en cuanto asomaba el espectro de la crisis económica. No en vano, es la industria del automóvil la que más ha visto crecer sus ventas al exterior –un 13,3 por ciento–, convirtiéndose en el motor exportador español por encima de los sectores más tradicionales como son la alimentación, bebidas y tabaco que, sin embargo, también crecen. Detrás del éxito está, en buena parte, la capacidad de negociación de los representantes sindicales de las factorías, que pudieron actuar con sus propios criterios profesionales al amparo de la nueva legislación. No sólo se ahuyentó el fantasma de la deslocalización de las grandes multinacionales, sino que se produjo un fenómeno inversor notable. Mientras los trabajadores europeos lamentaban el cierre de fábricas veteranas, de gran implantación social, las factorías españolas crecían con nuevas líneas de producción. Se puede aducir que factores coyunturales como la depreciación del euro, el abaratamiento del petróleo y unos tipos de interés muy bajos han sido factores clave en el despegue de nuestro comercio exterior. Es cierto, pero si con ello se pretende restar la importancia que tiene al proceso de reformas estructurales que se ha llevado a cabo en España durante los últimos cuatro años, demonizando simplistamente la nueva legislación laboral, como han hecho los sindicatos de clase y los partidos de la izquierda, nos hallaríamos ante un error político de malas consecuencias. España necesita seguir avanzando por el camino de la competitividad, que no es sólo ajuste salarial, sino flexibilidad, reducción de la carga fiscal, mejor formación de los trabajadores y eliminación de las anacrónicas barreras territoriales y burocráticas, que se han alzado al rebufo de la construcción del Estado de las autonomías. Y no es tarea que pueda dejarse al albur de los intereses partidistas, sino que exige la colaboración leal de todos los sectores concernidos. Porque, como advertía ayer García-Legaz, el futuro se presenta con tintes poco optimistas: la economía europea se ralentiza, los países emergentes se ven sacudidos por la caída del precio de las materias primas y, por si fuera poco, la devaluación de la libra relanza la competitividad británica. No es, precisamente, tiempo de bloqueos y sectarismos.