Europa

Elecciones Generales 2016

El gran problema de Sánchez es que no tiene apoyos; sólo humo

La Razón
La RazónLa Razón

Desde la misma noche del pasado 20 de diciembre, una vez conocidos y confirmados los resultados y la posición que Podemos iba a ocupar en el nuevo tablero político –tercera fuerza detrás del PSOE y a tan sólo 340.000 votos–, Pablo Iglesias tenía decidido que iba a tomar la iniciativa haciendo valer sus resultados frente a un Pedro Sánchez que, pese a aparecer ahora como presidente in péctore, llegó a ser la cuarta fuerza en una plaza tan importante como Madrid. Su propuesta de gobierno ha sido interpretada como una «humillación» al PSOE, pero lo que no se ha dicho es que la verdadera deshonra fue conseguir los peores resultados de su historia. Es lógico, por lo tanto, que Podemos aspire a superar al PSOE. Está en su derecho: tiene votos y diputados suficientes para exigirle a Sánchez un gobierno paritario, fórmula muy empleada en Europa. Para escribir este guión, Iglesias ha contado con un colaborador de excepción: Pedro Sánchez. Sin su concurso y, tras dejar que engordara la ilusión de que era posible un «gobierno progresista», Podemos no hubiese soñado con convertirse en la fuerza central de un futuro gobierno de izquierdas. Los socialistas dieron pie a ello negando en todo momento el diálogo –ya no el acuerdo– con el PP, la fuerza más votada, y han participado encantados en este «cinturón sanitario». De la conversación que mantuvieron ayer los líderes del PSOE y de Podemos, el único dato claro que se puede extraer es que no han acordado abrir negociaciones. Sánchez no puede empeñarse en imponer sus condiciones sin tener en cuenta que necesita los votos de Iglesias. El líder de Podemos quiere que cualquier negociación excluya a Ciudadanos, que es otro apoyo que cultiva Sánchez con vistas a una investidura. Es decir, o acepta «su» gobierno con Iglesias de vicepresidente o intenta pactar con Rivera, con el que tampoco conseguiría mayoría. Pedro Sánchez aceptó el encargo del Rey para formar gobierno, siguiendo la promesa de que está capacitado para conseguir los votos necesarios. Es posible que aplicando el criterio mecánico y poco riguroso de sumar «progresistas» e «izquierdistas» puedan salir los números, pero a la hora de darle forma en programas concretos y viables, esa mayoría no es real. El líder socialista sólo tiene humo. Por un lado, condicionado por sectores de su propio partido, no se toma en serio llegar a un acuerdo con Podemos si realmente cree que éstos representan a las fuerzas «progresistas». Por otra parte, Ciudadanos no basta para conseguir un acuerdo para una legislatura con un programa de gobierno claro, un plan económico acorde con los compromisos europeos y unas reformas profundas –la constitucional, entre ellas– que sólo se pueden llevar a cabo con grandes mayorías. Es decir, volveríamos a hablar de un escenario en el que sería necesaria la participación del PP. Es comprensible que Sánchez tenga prisa, dada su inestable situación en el PSOE, pero es evidente que la mayor dificultad con la que cuenta es él mismo: un líder incapaz de diseñar una política a medio plazo, que renuncie a la presidencia, pero no a que su partido participe en un gobierno en el que también tenga voz su programa. En definitiva, la situación planteada en estos momentos vuelve a mostrar la necesidad de que el PP, como partido más votado y clave en la gobernación de España, no esté al margen del gran pacto que necesita el país.