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El «Guernica» ni viaja ni necesita restauración

La Razón
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Entre los meses de mayo y junio de 1937, Picasso pintó el «Guernica», el que ha pasado por ser su cuadro más conocido y estandarte del antibelicismo. Para muchos, no sólo se trata de una pintura, sino de un símbolo, lo que comporta algunos riesgos y excesos inconográficos, como considerar que sólo se trata de un cartel de grandes dimensiones o una pancarta que puede trasladarse de un lugar a otro. Personas de todo el mundo lo visitan constantemente en las salas del Reina Sofía de Madrid y los escolares se enfrentan por primera vez a una obra compleja –no hay que olvidar que Picasso vivía un momento creativo crucial– y emocionante, con el que transmitió la caótica destrucción de la guerra. Ese es parte de su legado y así debe ser conservado. El Reina Sofía se ocupa de cuidar del desgate que este cuadro errante ha sufrido con decenas de traslados motivados en su mayoría por ser, como se le llamó, el «último exiliado de España». Desde hace ya tiempo, los directores y conservadores del museo han determinado que el «Guernica» no volverá a viajar, porque así lo aconseja su estado de salud, y que los cuidados paliativos deben ser permanentes, sin necesidad de recurrir a restauraciones innecesarias que sólo sirven para echar a volar diagnósticos escandalosos. Con motivo de los 80 años del cuadro, el museo inaugura mañana «Piedad y terror en Picasso: el camino a Guernica», un buen ejemplo de que la gran cultura sigue siendo nuestro mejor patrimonio universal.