Felipe VI

El pacto de perdedores del PSOE

La Razón
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Después de la segunda ronda de consultas, Felipe VI ha propuesto al secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, para que forme gobierno, basándose en el hecho de que está capacitado para hacerlo, según los pactos que él ha acreditado poder alcanzar. Es su turno y, por lo tanto, esperamos que, por el bien de los españoles, consiga una mayoría fiable que asegure la estabilidad política. Sin embargo, ésta es la gran incógnita: ¿con quiénes va a pactar el PSOE para alcanzar La Moncloa? Una de las cuestiones más llamativas de la comparecencia de Pedro Sánchez tras su reunión con el Rey fue el motivo esgrimido por el que aceptaría formar gobierno: «Sacar de esta situación de bloqueo a la democracia española y a las instituciones», dijo. El tremendismo es el arte de la exageración y del sensacionalismo con fines de ocultar las propias carencias. Ni las instituciones sufren bloqueo alguno y, ni mucho menos, la democracia española está siendo sometida a una presión inaceptable. Desde el pasado 20 de diciembre, la política española ha estado centrada en desbrozar los resultados electorales y en buscar una mayoría que pudiese formar gobierno, siguiendo lo establecido en la Constitución. Por lo tanto, la elección de Sánchez para intentar formar gobierno no responde a un momento de grave crisis, sino a la necesidad del candidato de llegar a La Moncloa como única manera de sobrevivir políticamente. De ahí que se llegase a presentar como un salvador. Si, como anticipó ayer el presidente del Congreso, Patxi López, Sánchez tarda un mes en conseguir una mayoría suficiente, es fácil deducir que esas negociaciones no serán fáciles. Es más, esta demora nos hace suponer que el PSOE no tiene definido cuál es su proyecto, ni de Gobierno, ni, mucho menos, para España. La opción de pactar con Podemos, tal y como le propuso Pablo Iglesias –dejando al margen el reparto de ministerios y que ayer mismo le llamase «hipócrita»–, es imposible, incluso es una vulgar falacia, porque para conseguir el número de votos necesarios no basta con el partido de Pablo Iglesias y sus «confluencias». El PSOE necesitaría el voto o la abstención de los independentistas. ¿Lo aceptará? Ésa ha sido la única y clara línea roja que el último comité federal socialista marcó. Sánchez no está en condiciones de sobrepasarla. Tiene todo el derecho a formar gobierno, pero debe decir que, si su acuerdo se sustenta sólo en Podemos, deberá aceptar el apoyo de los que quieren romper nuestro orden constitucional y territorial. Si, por otra parte, buscase el acuerdo con Ciudadanos, como el propio Rivera le ofreció ayer una vez conocida la candidatura socialista, no debería olvidar que se encontrará con la negativa del PP. Tiene una explicación. Ayer, Sánchez volvió a demostrar que quería dejar al margen de cualquier acuerdo a los populares. Sus primeras palabras estuvieron dedicadas a la «herencia» de Rajoy y a esa ambigua alianza denominada «fuerzas del cambio», en la que excluye automáticamente al PP, que sigue siendo la fuerza más votada, apoyada por más de siete millones de ciudadanos. La fórmula de un pacto de minorías al margen del primer partido tiene riesgos y, sobre todo, el de su propia eficacia: las grandes reformas que, según afirma Sánchez, son las que guiarían su Gobierno no pueden hacerse sin la participación del PP. Sánchez no puede, como hizo ayer, pedir que Rajoy se sume a este acuerdo –basta con su abstención: como si mirase hacia otro lado–, cuando ha evitado el diálogo y le ha culpabilizado poco menos de ser el padre del bipartidismo español, como si populares y socialistas no se hubiesen alternado en La Moncloa. Desde que se abrieron las negociaciones después de los resultados de las elecciones del pasado 20 de diciembre, Mariano Rajoy ofreció el pacto que le parecía el más adecuado para la estabilidad política española. Hablar de un pacto entre PP, PSOE y Ciudadanos nunca ha sido una utopía, algo imposible e irrealizable, una quimera en la que se esconden el fracaso y la impotencia. Que es difícil es evidente pero, si cuenta con los agentes necesarios, puede salir adelante. Sólo hace falta tener voluntad política. Rajoy la tiene y Albert Rivera, también. Ha sido Pedro Sánchez quien desde el principio ha estado en contra de esta coalición, que podría contar con más de 250 diputados y emprender reformas que sólo pueden conseguirse desde grandes mayorías, entre ellas, la constitucional. El secretario general socialista evitó cualquier encuentro con el presidente del Gobierno en funciones; ni siquiera aceptó oír cómo se articularía un acuerdo de ese tipo en políticas concretas, ni la duración de su aplicación. No, no, no. Ésa fue la respuesta de Sánchez. Rajoy no tiene votos suficientes para articular esta alianza y así se lo ha expresado al Rey, que no le ha propuesto formar gobierno. Está en su derecho. Rajoy marcó ayer con mucha claridad las dos opciones para gobernar. La primera es la que representa la coalición entre los partidos constitucionalistas representados por PP, PSOE y Ciudadanos; la segunda es la de PSOE, Podemos e independentistas, o, como última opción, con el acuerdo de Ciudadano. Por lo tanto, habría que utilizar la aritmética que, por más que se empeñen los amantes de los discursos emocionales, explica mucho: gobernar en contra del PP es bloquear legislativamente la vida parlamentaria española.