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El PSOE debe rectificar: es el único que baja en las encuestas

La Razón
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Pese a todas las circunstancias temporales que se quieran argüir con respecto a los datos del último barómetro del CIS, lo cierto es que el PSOE es el único partido que pierde notablemente apoyos en relación con sus últimos resultados electorales. Si tenemos en cuenta que el trabajo de campo se llevó a cabo menos de quince días después de la celebración de los comicios –es decir, sobre un cuerpo social que, por definición, mantiene su recuerdo de voto sin apenas modificaciones–, la caída en la intención de voto a los socialistas no admite otra respuesta que la cristalización de un proceso que viene fraguándose desde hace tiempo. En efecto, mientras que el Partido Popular mantiene sus apoyos o sube ligeramente, lo que se considera estadísticamente normal por el escaso plazo transcurrido, el partido que lidera Pedro Sánchez se queda en el 20,5 por ciento de intención de voto, que es el peor resultado obtenido nunca en una encuesta del CIS. Sus apoyos los recogerían Podemos y sus marcas asociadas, que suben más de un punto y se convierten en la referencia de la izquierda española, desbancando por primera vez al PSOE. Ciudadanos y el resto de las formaciones mantienen prácticamente los mismos resultados del 20 de diciembre. La conclusión no puede ser más obvia: de repetirse hoy las elecciones, el Partido Popular volvería a ganarlas, pero la segunda fuerza ya no sería el PSOE, sino la coalición de partidos de Pablo Iglesias. O lo que es lo mismo, de mantenerse la posición de bloqueo contra Mariano Rajoy, Su Majestad el Rey tendría que haber ofrecido formar gobierno al líder populista y no a Pedro Sánchez. Cuando menos, la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas debería tener la virtud de recordar al actual candiato a la investidura cuáles son sus limitaciones y dónde se encuentra el auténtico peligro para el futuro de su partido y, en cierto modo, para la estabilidad política de España. Su negativa sectaria a pactar con el PP, por más que se disfrace con palabras de cambio y progreso, es el mejor abono para el crecimiento de los partidos extremistas. Solamente un gran acuerdo de Estado entre los constitucionalistas, como ha venido repitiendo hasta la saciedad el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, que abordara desde la racionalidad las reformas que precisa España y que pudiera enfrentar con las máximas garantías el doble desafío de consolidar el crecimiento económico y conjurar el envite del separatismo catalán, podría, a la postre, desactivar a un movimiento de extrema izquierda como Podemos, que se ha formado y ha crecido al calor de la coyuntura favorable de la crisis. Por supuesto, en pleno proceso de negociaciones, los resultados del barómetro del CIS servirán para que Pablo Iglesias refuerce su posición en unas demandas de poder que la mayoría de los dirigentes socialistas consideran inasumibles y que sólo pueden acelerar el actual declive del PSOE. Y esto es así, por más que su secretario general crea que con su hipotética llegada a La Moncloa, aunque sea de la mano de Podemos, va a cambiar el sesgo de una opinión pública que contempla con la mayor preocupación la situación política española, calificada como «mala o muy mala» por el 69,9 por ciento de los encuestados, en la peor percepción de la última década.