Pablo Iglesias

El PSOE puede y debe construir una alternativa sin seguir a Podemos

La Razón
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En vísperas de que refrende su poder en el PSOE con la elección de la nueva dirección afín en el Congreso Federal de este fin de semana, Pedro Sánchez ha mostrado alguna de sus cartas sobre los objetivos de los próximos meses. El prioritario es buscar «cuanto antes» una mayoría para acabar con el Gobierno del PP y para ello apuesta por contar con las «fuerzas del cambio», entre las que incluye a Podemos y Ciudadanos, a las que ayer mismo instó a levantar sus «vetos» cruzados para sumar apoyos. Hay una mano tendida a Pablo Iglesias, que Sánchez reiteró ayer con su primera toma de contacto con el líder de Podemos tras la fracasada moción de censura y su emplazamiento a abordar el futuro después del cónclave socialista. Veremos hasta qué punto el renacido secretario general ha aprendido de sus errores o está dispuesto a tropezar de nuevo en la misma piedra de un entendimiento imposible a tres bandas, y si está convencido de pagar el peaje de contar con ERC o Bildu. Haría bien en meditar hasta dónde quiere llegar, si tiene amortizado desfigurar aún más la identidad del PSOE o bien entiende que es posible promover un proyecto atractivo socialdemócrata sin invocar fantasmas del pasado. Pedro Sánchez se mueve en el alambre sobre un partido fracturado, un discurso emborronado y un espectro político en la izquierda con dura competencia. Con seguridad será consciente de ello, como también de que las primarias visualizaron las diferencias del partido que está obligado a integrar. Las líneas maestras de su discurso que ha transmitido estos días parecen reflejar una apuesta que incluso supera por la izquierda al partido de los círculos. Puede que entienda que ese nicho electoral es el que cobija los votantes que necesita para convertirse de nuevo en la fuerza mayoritaria, aunque sea a costa de abandonar el centro, pero ese análisis, excesivamente primario, tiene carencias que ya sufrió en las últimas citas con las urnas en forma de hemorragia de votos. Sánchez piensa que para competir con Iglesias su defensa de España como nación de naciones, la comisión de la verdad sobre los «crímenes de la dictadura franquista» e incluso el ninguneo del legado de las elecciones de 1977 implícito en su propósito revisionista de la Constitución, el Estado de las Autonomías y el sistema de derechos y libertades resulta imprescindible, pero se equivoca. Hay mucha mercancía averiada en ese retorno al pasado en el que copia lo peor del extremismo morado sin reciclar lo mejor del socialismo democrático. Reabrir la herida de las dos Españas, alentar el mensaje de los españoles buenos y malos, dinamitar la reconciliación es carnaza para los revanchistas, pero impropio de un partido que fue actor principal de la Transición. Hay algún indicio, sin embargo, de que el líder socialista podría templar un tanto la idea de la España plurinacional dentro de su conocido proyecto de Estado federal con la defensa de la soberanía nacional de los españoles como guiño a los barones territoriales opositores. Otra cosa es que sea un gesto táctico o una decisión estratégica. Pedro Sánchez está ante una segunda oportunidad de recuperar al PSOE como alternativa de gobierno. Acertará si enfatiza su perfil propio y marca distancias con Podemos como izquierda responsable frente a la antisistema, si refuerza las señas de identidad propias y se olvida de «tunear» las de los extremistas, si se comporta con la responsabilidad de un tiempo en el que España está amenazada por enemigos interiores que quieren dinamitar todo lo mucho y bueno que se comenzó a construir hace 40 años.