Estrasburgo

El Rey reafirma en Estrasburgo una eEspaña unida y diversa

La Razón
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El 12 de junio de 1985, España firmó el acta de adhesión que permitió su ingreso en la Comunidad Económica Europea (CEE). Fue un momento histórico con el que nuestro país se homologaba con pleno derecho a las democracias occidentales y se hacía partícipe del reto político más importante al que se enfrentaban los europeos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, o desde el corazón mismo que desencadenó aquel conflicto: la superación de los nacionalismos a través de la patria de los derechos universales. La exacerbación de las diferencias no sólo acaba en la caricatura, escenario de populistas y demagogos, sino en el preámbulo de todos los desastres. Treinta años después del ingreso de España en la CEE (la fecha efectiva fue el 1 de enero de 1986), Felipe VI pronunció ayer un discurso en el Parlamento Europeo en el que reafirmó el europeísmo de nuestro país y la colaboración mutua como motor del desarrollo económico y manera de preservar los derechos civiles y sociales. No lo pudo expresar de manera más clara y concisa: «Soy europeo porque soy español». La invitación de la Eurocámara al Rey para pronunciar este discurso se ha producido en uno de los momentos cruciales de la Unión Europea, por lo que sus palabras no deberían entenderse como meramente protocolarias, sobre todo en una situación de crisis económica, por un lado, y ante el nuevo panorama transfronterizo abierto por el drama de los refugiados sirios, por otro. Conviene, por lo tanto, reforzar el compromiso con una Europa que no se disgregue en identidades particulares que crean que los problemas que todos compartimos pueden resolverse individualmente con nuevos estados, cuando las grandes decisiones se toman en común porque las soluciones son también comunes. Sería un retroceso que pondría en peligro, no sólo el futuro del territorio que buscase la segregación, sino el proyecto común europeo. El Jefe del Estado recordó que Europa se ha construido «sobre la voluntad de sumar y no restar; de aunar y no dividir, de saber compartir y ser solidarios». En este sentido, reafirmó la lealtad de nuestro país al proyecto común europeo desde una España «unida y orgullosa de su diversidad», solidaria y respetuosa con el Estado de Derecho. No pasaron desapercibidas estas palabras, particularmente en el contexto español, que vive uno de los desafíos políticos más importantes desde la Transición con el plan secesionista de Cataluña, pero al ser pronunciadas en Estrasburgo, donde se anteponen los problemas comunes a las diferencias regionales por más avales históricos –no siempre rigurosos– y agravios que se exhiban. El verdadero reto de Europa no es integrar estos territorios que quieren hacer valer su identidad primaria para construir un Estado, porque sabemos que el resultado fue nefasto para el continente, sino afianzar el modelo social, como bien señaló Felipe VI recordando a Jacques Delors, y ser un lugar donde prevalezcan los derechos y los valores de solidaridad herederos de nuestra tradición humanista. Con dificultad y debate, se ha podido enfocar el problema de los refugiados sirios para que sean acogidos en los países de la UE. No es poco. La situación es nueva, pero no extraña en la historia europea, que ha sufrido grandes desplazamientos de personas, siempre motivados por la guerra. El presiente del Parlamento, Martin Shultz, fue también muy explícito en su mensaje: «En estos tiempos difíciles la Unión Europea necesita más que nunca a España.