Medidas económicas

España debe ganar peso en una Europa tambaleante

La Razón
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Casi un año de interinidad ha sido un lastre no sólo en política nacional, sino también en la acción exterior. Con una Administración maniatada por su condición provisional, poco se podía emprender más allá de intentar mantener posiciones en la convulsa esfera internacional, con la esperanza de que nuestro peso en el laberinto de intereses y disputas no mermara y no nos distanciáramos de los centros en los que se toman las decisiones. Era una misión complicada por el desgaste inherente al carácter eventual del Ejecutivo, que lo mediatizaba todo. Con Mariano Rajoy y su gobierno en funciones plenas, toca mirar al exterior, restituir políticas y desarrollar estrategias. Ponerse en marcha, en suma. Debemos ser conscientes no sólo del papel que España está llamada a jugar por su potencial económico y por su peso institucional, sino también de hasta qué punto una posición debilitada o subsidiaria en el concierto internacional puede afectar a la prosperidad del país. En un mundo con intereses tan interrelacionados, con cesiones de soberanía y alianzas y desarrollos globales, tener voz en las decisiones comunes es fundamental. Mariano Rajoy es consciente de ello, como también de que, tras superar la travesía del desierto de la interinidad, aparece un escenario propicio que debemos aprovechar. Después dejar atrás la crisis, encaramados al liderazgo del crecimiento y aferrados a un tiempo parlamentario de pacto, diálogo y transacción, toca una acción más panorámica. Que la política internacional vaya a ganar terreno y trascendencia en la agenda del presidente puede responder a una necesidad, pero también es un acierto. Hay oportunidades que conviene no dejar pasar, porque puede que no regresen. Europa es hoy un proyecto marcado por la inestabilidad, no sólo a causa del Brexit, sino también por los complicados procesos electorales que pesos pesados como Francia, Alemania e Italia tienen por delante bajo la amenaza creciente del populismo extremista. Especialmente delicada es la situación en el país transalpino por la crisis derivada del fracaso de Matteo Renzi y su reforma constitucional. España puede y debe ganar el terreno que Italia está perdiendo, que nos situaría en una lugar de privilegio para condicionar e influir en una fase de cambio y redefinición como la que se atisba para la Unión Europea. Si hasta la fecha el eje París-Berlín ha sido el predominante, hay razones para pensar que Madrid puede sumarse al mismo. Además de la sintonía de Mariano Rajoy con Angela Merkel, la posibilidad real de que el candidato conservador, Françoise Fillon, se convierta en presidente de Francia –mantiene una estrecha relación con el presidente español–, hace que ese propósito esté al alcance. Europa es, por tanto, el principal objetivo de nuestra diplomacia, pero no el único, pues, en consonancia con la propias circunstancias de una España pujante, su papel en Iberoamérica y África también debe ser protagonista. Hay en este panorama exterior que se abre a la acción española un elemento clave como es la figura y el desempeño de Mariano Rajoy en circunstancias adversas y en cómo fue capaz de superarlas. Primero, en lo económico; y luego, en lo político. El presidente ha sabido manejarse con solvencia y capacidad allí donde muchos otros naufragaron con estrépito en estos años. Sus méritos ante nuestros aliados son incuestionables y la imagen de España, zozobrante en momentos pasados, ha salido robustecida como vanguardia de crecimiento económico y freno del populismo antisistema.