Galicia

España vota por la estabilidad

La Razón
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La primera conclusión que cabe extraer de los resultados electorales de Galicia y el País Vasco es que los ciudadanos han votado claramente por la estabilidad política. Es, pues, un voto extendible al conjunto de España y la demostración de que quienes mantienen posiciones de bloqueo institucional, ya sea por razones ideológicamente sectarias, ya sea por cuestiones internas partidistas, tienen que arrostrar las consecuencias. Tanto en la comunidad gallega como en la vasca, las candidaturas de sus actuales presidentes autonómicos, Alberto Núñez Feijóo e Íñigo Urkullu, del Partido Popular y del PNV, respectivamente, representaban la opción de la gobernabilidad. Sin duda, la fragmentación social del País Vasco, donde el componente nacionalista influye a derecha e izquierda y complica el escenario, favorece todo tipo de matizaciones, pero no hasta el punto de oscurecer que el resultado significa ese deseo de estabilidad al que nos referíamos al principio. Así, el Gobierno del PNV, que ha ejercido en minoría y ha llevado a cabo una gestión razonable durante los graves momentos de la crisis, ha visto aumentar ligeramente su respaldo y vuelve a estar en posición de gobernar la comunidad autónoma vasca. De la misma manera, pero en un entorno social mucho más homogéneo, en el que el factor nacionalista sólo opera en la izquierda, el Partido Popular no sólo ha repetido su actual mayoría absoluta, sino que la ha incrementado en número de votos. Es un triunfo sin paliativos de su actual presidente, Núñez Feijóo, que recoge el fruto de su buena gestión política y económica, pero al que también ha beneficiado la mayor movilización del voto popular, como respuesta a la situación de bloqueo que mantiene a España en la interinidad. En el mismo sentido hay que interpretar el buen resultado obtenido por los populares en el País Vasco –que se recuperan del batacazo sufrido en las pasadas elecciones generales– y que, con sus nueve escaños, puede contar para el PNV como socio alternativo en el Parlamento de Vitoria, con consecuencias trascendentes para el resto de España. Son, por supuesto, los votos de Alberto Núñez Feijóo y de Alfonso Alonso, pero son, también, los votos que expresan el apoyo firme a la figura del actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y que respaldan sus legítimas aspiraciones a la investidura. Frente al líder popular, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ha encajado su sexta derrota electoral consecutiva, mucho más grave por cuanto se produce con dos candidatos impuestos desde la propia dirección socialista. Son unos resultados muy malos, sin contemplaciones, que ni siquiera permiten recurrir al trampantojo de que «se ha ganado a los sondeos», táctica que hasta ahora le ha servido a Pedro Sánchez para mantenerse al frente de su partido. No es sólo que el PSOE haya pasado a ser tercera fuerza política en Galicia y cuarta en Euskadi, ni que se haya dejado cuatro escaños en el Parlamento gallego y ¡siete! en la Cámara vasca, confirmando las peores expectativas, sino que se trata de una derrota que le venía siendo avisada desde los más diversos sectores de la sociedad española –incluidos, por supuesto, muchos de sus propios compañeros de partido– sin que las advertencias hicieran la menor mella en Pedro Sánchez y en su equipo. Si el bloqueo estéril a la formación de un Gobierno para España, incomprensible para la mayoría de los ciudadanos, tenía forzosamente que pasar factura a su responsable –cuanto más «no es no», menos votos y escaños–, la pretensión de encabezar un Ejecutivo alternativo con sólo 85 escaños y con el apoyo de la izquierda radical y los separatistas ha terminado con la paciencia de sus votantes. El secretario general socialista tendría ahora que preguntarse cómo es posible tratar de formar gobierno cuando, elección tras elección, los ciudadanos rechazan mayoritariamente su discurso radical y su interpretación de la realidad política, económica y social de España. Cómo se puede aspirar a formar gobierno con los peores resultados obtenidos por un candidato del PSOE en la reciente historia española, mientras conduce a su partido a la irrelevancia en dos comunidades históricas tan importantes como son Galicia y el País Vasco. Los socialistas deben llevar a cabo una profunda reflexión sobre las causas de un declive político que parece imparable. Sólo desde la rectificación, en todos los órdenes, podrá el PSOE recuperar el papel de referente de la izquierda democrática española.