Granada

Firmeza contra la pederastia

Si bien ninguna organización humana está exenta de albergar la maldad entre sus filas, ésta se hace intolerable cuando escoge entre sus víctimas a los más indefensos, los niños. De ahí que se vea con especial repugnancia cuando los protagonistas son maestros, entrenadores deportivos, cuidadores o sacerdotes, que se prevalecen de su condición profesional o vocacional para llevar a cabo actos de pederastia. Por supuesto, la lacra no se circunscribe a los sectores más relacionados con la formación de los escolares –como prueban las generales redadas de pedófilos que actúan en las redes de internet–, pero el daño que causan es muy superior, tanto por su posición de autoridad como por la traición a la confianza que la sociedad tiene depositada en ellos. Hace tiempo que la Iglesia, bajo el impulso primero de Benedicto XVI, decidió aplicar una política de «tolerancia cero» ante la denuncia de este tipo de comportamientos entre sacerdotes y religiosos, pero ha sido el Papa Francisco quien se ha convertido en el adalid de la defensa de los inocentes, sin vacilaciones ni concesiones a una mal entendida defensa de la fama y la buena imagen de la Institución que encabeza. La reacción de Su Santidad ante la llamada de auxilio de un joven español, católico declarado, que revelaba años de vergüenza y sufrimiento por la conducta de unos curas de Granada es la mejor indicación a todo el cuerpo de la Iglesia, clérigos y laicos, sobre cómo deben actuar ante este tipo de hechos. Porque no se trata sólo de ofrecer consuelo y apoyo a las víctimas, ni de pedir público perdón a los fieles y a la sociedad en general, como ha hecho el arzobispo de Granada, monseñor Javier Martínez, ni siquiera de adoptar medidas sancionadoras de carácter interno, sino de llevar ante la Justicia a los responsables. Y así, el Papa llamó personalmente al joven granadino para pedirle perdón en nombre de la Iglesia pero, también, para indicarle que debía presentar una denuncia ante la autoridad competente para que la Justicia pudiera actuar. Ayer, la Policía de Granada presentó ante los jueces a tres sacerdotes y a un seglar, cuyas identidades figuraban en la carta del joven. A partir de ahora, serán los tribunales quienes tengan que llegar hasta el fondo del asunto, repartiendo equitativamente las culpas y las responsabilidades. Una investigación que debe ir guiada por la búsqueda de la verdad y la restitución del daño causado, sin dejarse contaminar por el prejuicio y la animadversión hacia la Iglesia que fomentan algunos sectores. Somos los católicos los primeros interesados en acabar con esta lacra, que, en muchas ocasiones, pone a prueba la fe de las gentes de buena voluntad. El Papa nos ha indicado el camino, recto y sin contemplaciones.