Unión Europea

Hay que ganar el pulso a Londres

La Razón
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No conviene dejarse adormecer por el amable tono de la carta de ruptura que ayer entregó el embajador del Reino Unido al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, ni mucho menos olvidar que el Brexit lleva en su seno una carga de profundidad contra la misma esencia de la Unión Europea. Ayer, el todavía eurodiputado Nigel Farage, un personaje peculiar al que la opinión pública europea no concedía el menor crédito, pero que ha conseguido lo que se había propuesto, expresaba su convencimiento de que el Brexit no es un incidente aislado, sino un amplio fenómeno que acabará por destruir a la UE. Más allá de lo que tiene de expresión de deseos ese exabrupto eurófobo, lo cierto es que el ideal político de un Estado sin fronteras interiores, habitado por ciudadanos libres e iguales, se enfrenta a una amenaza mayor que no es posible eludir. Sólo desde la consciencia asumida de que a partir de ahora, y a lo largo de lo que sin duda será una larga y compleja negociación, el Gobierno de Londres va a tratar de explotar en beneficio propio todos y cada uno de los desencuentros de sus antiguos socios será posible superar el trance y afianzar el gran proyecto de la Europa unida. Por lo pronto, y aunque parezca un juicio de intenciones, el Consejo Europeo cometería su peor error si presumiera cualquier atisbo de buena fe en las palabras y los gestos de la primera ministra británica, Theresa May, o creyera en la voluntad expresada de llevar a cabo una negociación leal. Al menos, así se desprende del propio contenido de la misiva británica que, entre otras cuestiones dudosas, plantea una negociación simultánea tanto de las condiciones de salida como de los requisitos de su futura relación con Bruselas. Sabe Theresa May que el artículo 50 del Tratado de Lisboa no permite esa simultaneidad y que se deben acordar los términos de salida antes de abordar las fórmulas de la nueva relación, pero la estrategia británica busca dar la mayor complejidad a unas negociaciones que, del lado de Bruselas, presume lastradas por los intereses contrapuestos de los socios. Asimismo, el Gobierno de Londres mantiene, a pesar de sus buenas palabras, la indefinición sobre el estatus que tendrán los ciudadanos comunitarios en el Reino Unido, lo que convierte, de hecho, en rehenes a los tres millones de europeos que allí residen. Además, Londres plantea que se concedan amplias moratorias a la aplicación de los acuerdos que resulten en su frontera con la República de Irlanda, consciente de que Dublín es la parte débil en este asunto y podría servir de caballo de Troya en el Consejo de Europa, y, por último, insisten los británicos en mantener las mismas relaciones comerciales, sabedores de lo mucho que se juegan en términos económicos e inversores con España y Alemania.

Tal vez, convendría asumir desde un principio que la salida del Reino Unido de Europa va a provocar daños inevitables al conjunto de la UE, y no sólo en términos de crecimiento económico. Se marcha un socio que es, por sí mismo, la quinta potencia mundial y uno de los países con peso específico en el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero una vez reconocido que el coste cero del divorcio es utópico, se trata de limitar los daños en lo posible y, sobre todo, salvaguardar la unidad de Europa de los embates nacionalistas, siempre atentos a explotar cualquier oportunidad. Para ello es imprescindible que los intereses nacionales propios, por muy legítimos que sean, se supediten al éxito general de la negociación planteada por Londres, cuyos términos no es posible aceptar, como ya ha señalado la canciller alemana, Angela Merkel, al rechazar de plano la propuesta de «negociación simultánea» a la que nos referíamos al principio de esta nota editorial. Pero, además, el Consejo de Europa debe recibir el respaldo expreso y sin condiciones de los 27 países de la Unión, en la confianza de que actuará en el interés común. Podemos discutir si Gran Bretaña se ha lanzado o no al vacío, pero, en cualquier caso, hay que evitar que arrastre a los demás. En definitiva, la Unión Europea debe mostrarse como un solo bloque, sólido, en un proceso negociador que, no hay que olvidarlo, tiene como contraparte a un país que, con el error del Brexit, se ve abocado a un largo proceso de inestabilidad política y social, con mayores tensiones en Escocia e Irlanda del Norte, y a la contracción económica. En estas circunstancias, Bruselas tendrá que mantener la serenidad frente a los previsibles bandazos de un Gobierno con una primera ministra, Theresa May, que se ha demostrado superada por una coyuntura histórica.