Debate de investidura

La investidura es posible, pero con un acuerdo de gobierno

La Razón
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La crisis abierta en el PSOE y la consiguiente caída de su secretario general ha desbrozado el camino para una posible investidura que, muy probablemente, podría celebrarse la última semana de octubre. La dimisión de Pedro Sánchez ha echado por tierra la nefasta estrategia del «no es no», un planteamiento formalmente tan obtuso que, al final, ha sido una trampa para los socialistas, sin posibilidad de modular la posición y abocándonos a unas terceras elecciones. Los últimos pasos dados por el presidente de la Comisión Gestora socialista y del grupo parlamentario han ido en la dirección de abrir la posibilidad real de permitir, a través de la abstención, que gobierne Mariano Rajoy. Se ha roto un tabú, que no es poco. Es cierto, como dijo Javier Fernández, que abstenerse no es apoyar, pero no lo es menos que este largo periplo de un año para evitar el bloqueo institucional no debería acabar en un Gobierno débil, con un presidente que «reina pero no gobierna», sin capacidad de decisión y sobre el que el PSOE intentaría curar sus heridas con una oposición de impacto para su electorado. No habría escenario más nefasto que la alianza circunstancial y cuando convenga de socialistas, Podemos, nacionalistas y toda suerte de independentistas para tener al gobierno contra las cuerdas. Si ese es el escenario, sería legítimo que los populares aspirasen a superar los 137 y alcanzar los 150 diputados. El PSOE debe reconstruir los destrozos causados por su encarnizada pelea interna, cuyas consecuencias todavía desconocemos, pero gobernar es otra cosa. Desde esta perspectiva, es necesario que la investidura se sostenga sobre una acuerdo mínimo de gobierno y asegure la estabilidad, y a ello se deben poner populares y socialistas. El portavoz socialista en la Comisión Gestora acierta cuando dice que «la responsabilidad de que España tenga un Gobierno es del conjunto de las fuerzas políticas». Así es, cada uno con su opción legítima y quedando claro que quien está llamado a formar el Ejecutivo es el partido más votado y el que tiene más opciones, visto lo visto, de sumar más escaños a favor que en contra. Sin embargo, el portavoz Mario Jiménez se equivoca en hacer valer los 180 votos en contra que, de momento, tiene Rajoy. Los socialistas sólo son dueños de 85 votos –y, dada la crisis del partido, ni eso–, que son justamente los que deben hacer valer. El PSOE no puede poner más condiciones que lo que realmente puede llevarse a cabo de su programa a través de un gobierno del PP. El acuerdo puede basarse en la aprobación de los Presupuestos Generales, incluso en algunos puntos de coincidencia entre PP y PSOE y que quedaron plasmados en los respectivos acuerdos con Ciudadanos. En estos momentos, el problema reside en que los socialistas son incapaces de escribir con convicción una argumentación sólida para presentar a su electorado sobre por qué es necesario abstenerse, cómo van a fiscalizar los acuerdos a los que se llegue y romper el discurso de que el bloqueo institucional es más progresista que seguir instalado en el «no es no». El tiempo apremia y hay que empezar a hablar con claridad. El PSOE puede seguir instalado en ese lenguaje oscurantista y de principios inamovibles que impuso Sánchez, pero lo que ahora está en juego es la gobernabilidad. Lo fundamental es sacar adelante los Presupuestos y evitar de esta manera la desconfianza de Bruselas y de los inversores.