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La inyección de dinero de Draghi es oportuna, pero no basta

La Razón
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La decisión del Banco Central Europeo de reforzar las medidas de estímulo financiero, con una inyección extra de 240.000 millones de euros para su programa «QE» de compra de deuda pública y privada, así como la rebaja de los tipos de interés de la zona euro desde el 0,05% hasta el 0%, y el endurecimiento de la tasa que cobra a los bancos por mantener sus depósitos en la entidad, trata de responder al escenario de desaceleración de la economía mundial, que está poniendo en grave riesgo la recuperación de la eurozona. Si bien cabe preguntarse por la efectividad a largo plazo de inundar de dinero un mercado crediticio en atonía, en pleno proceso de desapalancamiento, lo cierto es que no parece menor el riesgo de dejar que la economía europea vuelva a entrar en recesión sin hacer nada. De hecho, el presidente del BCE, Mario Draghi, hizo coincidir el anuncio de sus medidas con una nueva estimación a la baja de las previsiones de crecimiento e inflación de la eurozona. Parece evidente, pues, que impulsar el crecimiento del crédito entre empresas y particulares, aunque sea a costa de restar estímulos al ahorro, debería reactivar el ciclo económico sin elevar en exceso la deuda pública. Es una fórmula ortodoxa que, sin embargo, no debe prolongarse en el tiempo, como demuestra el ejemplo de Japón o las dificultades que está encontrando la economía norteamericana a la hora de recuperar los tipos de interés. La solución, en efecto, no puede venir sólo desde los instrumentos monetarios, sino que debe responder a una actuación política de los distintos gobiernos concernidos, que recurren al expediente fácil del endeudamiento –a bajo precio, pero endeudamiento al fin y al cabo–, frente a las inevitables reformas estructurales. Más aún cuando se acumulan en el horizonte las señales de un nuevo periodo de turbulencias económicas, que ya no sólo se refieren a los países emergentes, sino a la propia China. Una sensación de inestabilidad que se traslada directamente al comportamiento del ciudadano medio, poco dispuesto a correr riesgos que supongan volver a endeudarse como en los tiempos de la burbuja inmobiliaria y financiera mundial. Por el contrario, los índices de desconfianza sobre la evolución de los mercados no dejan de crecer en Europa. En este sentido, no es aceptable que dos de las grandes economías de la eurozona, como son Francia e Italia, no acaben de abordar los programas de reducción del déficit e incremento de la productividad que ha llevado a cabo, por ejemplo, el Gobierno de Mariano Rajoy en los últimos cuatro años, con los resultados de todos conocidos: España es el país que más crece de la eurozona, pese a que partía de una situación de déficit público y la caída de los ingresos del Estado que la pusieron al borde del rescate. Aunque se pueden entender las dificultades que atraviesan los gobiernos de París y Roma, enfrentados a la contestación de los sindicatos, para atacar los problemas estructurales de sus economías, todos los analistas financieros coinciden en que el tiempo de las reformas se agota, porque la actual política monetaria del BCE ni es conveniente a largo plazo ni, seguramente, se podría mantener en el tiempo. Así lo ha advertido Mario Draghi, para quien la reducción de las previsiones de crecimiento debería servir de acicate a Bruselas.