Barcelona

La responsabilidad también es de quien fomenta el odio al PP

La Razón
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No es posible rebajar la gravedad de la incalificable agresión sufrida ayer en Pontevedra por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, víctima de un acto cobarde impulsado desde el sectarismo y el odio que, por más que traten de negarlo, viene sembrando desde hace cuatro años esa izquierda radical que se considera nueva y que no es otra cosa que el viejo marxismo que creíamos desenmascarado, al menos, desde la caída del Muro de Berlín. A la espera de que la Policía establezca fuera de toda duda la filiación del agresor, los datos conocidos retratan a un joven extremista gallego de 17 años, y, por lo tanto, con un concepto muy relativo de lo que significa la democracia y el respeto a los derechos individuales. La primera responsabilidad de lo ocurrido, por supuesto, corresponde al autor de la agresión, taimada y traicionera contra un hombre que de nada recelaba, y de ella tendrá que responder con todo el peso de la Ley, aminorada a dos años de prisión por su condición de menor. Pero la responsabilidad debe extenderse a quienes han buscado en la crispación de la política lo que no pueden obtener desde la confrontación legítima de las ideas. Hemos visto durante esta legislatura cómo se despachaba con pasmosa indiferencia, desde posiciones que presumen de progresismo actuaciones que en cualquier país de nuestro entorno serían objeto de una repulsa general y de un reproche penal sin paliativos. Ahí están, para no remontarnos en el tiempo, los recientes escraches organizados por la «plataforma anti desahucios» que fundó la luego alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, contra las sedes y mítines de PP, Ciudadanos y el PSC, en plena campaña electoral. Pero, también, operan con fuerza la violencia verbal, la estigmatización del adversario político por su única condición de creer en una idea diferente. Actitudes, insistimos, muy presentes en la izquierda radical y en la constelación de movimientos antisistema que la rodean. Y tampoco ayuda la permanente descalificación a que se ha sometido desde toda la izquierda española y desde el conjunto de los partidos nacionalistas al presidente del Gobierno, objeto de insultos gratuitos y de insidias de la más baja estofa. Ni todo vale en política ni es posible creer que las cosas suceden de manera espontánea. Por todo ello, los electores deben reflexionar a la hora de ejercer el voto sobre la responsabilidad que adquieren. Sin duda, Mariano Rajoy habrá cometido errores a la hora de ejercer su mandato, pero siempre ha actuado desde la más absoluta legalidad y desde el respeto al adversario. Ha servido a su país y a los españoles con aciertos notables, consiguiendo reconducir una situación económica muy grave. Frente a esta realidad se alzan quienes no hace muchos meses se atrevían a tildar de dictadura a la democracia española. Ayer, tras la agresión, nos felicitamos de que el candidato de Podemos, Pablo Iglesias, que hace no mucho tiempo azuzaba la crispación social, rechazase sin ningún género de dudas la agresión sufrida por el presidente del Gobierno. Iglesias por fin se puso en su papel del hombre de Estado que quiere ser, al igual que su formación política que a través de Twitter señaló que «en democracia no hay lugar para la violencia». Rivera y Sánchez mostraron su apoyo a Rajoy y en la celebración de sus respectivos mítines condenaron con dureza el ataque.