Presidencia del Gobierno

La única alternativa de Sánchez: ir a terceras elecciones

La Razón
La RazónLa Razón

No por esperado, resulta menos incomprensible el papel que representó ayer en el Congreso de los Diputados el secretario general socialista, Pedro Sánchez, con una intervención que cerraba cualquier posibilidad a la investidura de Mariano Rajoy, aunque, eso sí, entre protestas ofendidas cada vez que el candidato popular le ponía ante la responsabilidad de una nueva convocatoria de elecciones. Pero si el líder socialista no desea unas terceras urnas ni, por lo que sabemos hasta ahora, pretende convertirse en problemática alternativa de Gobierno ni está dispuesto a dar su brazo a torcer para desbloquear la situación, sólo cabe colegir que busca el más que improbable desistimiento del presidente del Gobierno, la renuncia voluntaria a su victoria electoral. Sin duda, la táctica del actual secretario general del PSOE no dejará de provocar algún desgaste, por leve que sea, en la posición de su adversario, pero hay en todo este asunto una indefinible sensación de pataleta infantil que está afectando mucho más al crédito político del líder socialista de lo que él mismo pueda creer. Al menos, eso traslucía su sobreactuado discurso catastrofista de ayer, con la caricatura de trazos gruesos de Mariano Rajoy, que ni siquiera compraría el líder de Podemos, Pablo Iglesias, por citar una intervención parlamentaria dura, también sobrada de demagogia y radicalismo, pero sin las descalificaciones «ad hominen» que oscurecieron la intervención del socialista. En cierto modo, es como si Pedro Sánchez no pudiera aceptar sus sucesivas derrotas electorales frente a Mariano Rajoy. Como si la pugna política se hallara hundida en el plano personal, en la irracionalidad egotista, confundiéndolo todo. De ahí que le fuera fácil a Rajoy tirar de ironía gruesa cuando replicó a las diatribas de Sánchez con un «si yo soy malo, ¿entonces usted qué es? ¿pésimo?». Como ya hemos señalado anteriormente, buena parte del problema estriba, precisamanente, en que el secretario general socialista no ha querido hacer frente a la evidencia de sus malos resultados electorales –los peores cosechados por el PSOE desde la Transición– y está trasladando al conjunto de la sociedad española las consecuencias de su fracaso. Estamos, pues, ante el absurdo de un líder político que plantea siempre el mismo diagnóstico maniqueo de la realidad, que ofrece siempre las mismas soluciones voluntaristas y que, invariablemente, se ve preterido en las urnas por la mayoría de los votantes. Desde luego, no se merece la sociedad española ese empecinamiento, que lleva a terrenos peligrosos para el futuro de la nación y el bienestar de los españoles. Porque, y es preciso insistir en ello, la actual situación política de España exige que cada cual asuma su responsabilidad. No es sólo el riesgo cierto de que se frene la recuperación económica o de que, al incumplir nuestros compromisos con la Unión Europea, perdamos el crédito tan duramente ganado; es que la sociedad española está obligada a hacer frente al desafío institucional, existencial, que plantean los partidos separatistas, de cuya gravedad dio perfecta cuenta el debate de investidura de ayer, donde los portavoces nacionalistas reaccionaron con mayor virulencia de lo habitual ante el compromiso expreso del presidente del Gobierno con la unidad de España y la soberanía del pueblo español, y su convicción de defender a toda costa la Constitución. Se trata, en definitiva, de apelar a la responsabilidad para con los intereses generales de quienes tienen en su mano solucionar la situación, que son, salvo improbable cambio de esos mismos nacionalistas que ayer manifestaron que no se sentían concernidos por los problemas de gobernabilidad de España, los partidos del arco constitucionalista. Es decir, también el PSOE. Si bien, pese al resultado de la votación de ayer, no está todo dicho, por lo escuchado a Pedro Sánchez, por el tono de su intervención, por sus gestos y, también por lo que calla, no parece que vaya a ser posible la investidura de Mariano Rajoy ni ahora ni antes de que acabe el plazo en octubre, cuando España debería tener preparados los Presupuestos Generales del Estado para su obligada remisión a Bruselas. Tal vez, ante el hecho consumado, surja algún movimiento interno en el Partido Socialista que permita abrir una brecha en el bloqueo. Pero, a día de hoy, España permanece en la estéril interinidad.