El desafío independentista

La verdad del «proceso»: Barcelona pierde la agencia del medicamento

La Razón
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Barcelona había presentado su candidatura para ser sede de la Agencia Europea del Medicamento (EMA, por sus siglas en inglés) con un dossier que fue muy valorado, lo que le permitió situarse por encima de la media de otros aspirantes. Además de las mínimas condiciones de infraestructuras, de comunicación y atractivo ambiental para acoger a más de 900 empleados y sus familias, Barcelona también ha tenido a favor su papel científico en especialidades biomédicas y sanitarias. Sin embargo, hubo un factor que todos temían y que ha resultado clave para que la capital catalana sea apartada en la primera votación: el proceso independentista, la inestabilidad política generada y el abandono del proyecto europeo minó todas sus opciones. El deterioro de la candidatura fue creciendo a raíz de que la Generalitat lideraba el proceso de secesión de España, desafiando a las instituciones democráticas y convirtiendo Barcelona en el escenario de un conflicto que reproducía los peores males sufridos por Europa en el pasado siglo. Si el Brexit obligó a que Londres dejara de ser la sede de la EMA, estaba claro que no iba a recalar en la capital de la región europea que ha protagonizado el mayor ejemplo de secesionismo, lo que le hubiese obligado a abandonar las instituciones Europeas. Hace tiempo que la Generalitat había marcado su único objetivo político, proclamar la independencia a lo largo de la última legislatura, y no había nada más allá por lo que valiese la pena esforzarse y luchar, nada que tuviera que ver con el bienestar directo de los ciudadanos y el progreso colectivo. Haber sido sede de la EMA hubiese supuesto un fuerte avance en la consideración de Barcelona como ciudad científica y de investigación, algo que no estaba en la estrecha visión del mundo de los independentistas. Hasta el último momento, el Gobierno español se ha empleado a fondo para mantener las opciones ganadoras de Barcelona –partía de la buena recepción del proyecto que en febrero pasado se llegó ver con un 90% de posibilidades de ganar–, pero el lastre del proceso ha pesado más. Puede considerarse un éxito del nacionalismo catalán, del PDeCAT, ERC y la CUP haber tirado por la borda un proyecto que hubiese supuesto un avance para todos. ¿O pensaban que las campañas que han orquestado en toda Europa presentando a España como un país sin libertad y derechos no iba a tener efectos? Ahí está la prueba de que no se podía confiar una agencia de la UE de tanta importancia a quienes han trabajado sin descanso por romper la unidad de la sociedad española y europea. O convertir Barcelona en un parque temático de la protesta, algo que estaba más presente en su actual alcaldesa, Ada Colau –sólo una semana antes se permitió romper con su socio, el PSC, por razones de cálculo electoral–, que definir un proyecto claro para su ciudad, algo que no tiene. Es la hora de la autocrítica, dicen algunos nacionalistas –puede que sólo para evitar las responsabilidades–, pero por lo que estamos viendo no aceptan lo fundamental: que el «proceso» ha sido un fracaso, con una sociedad fracturada, más de 2.500 empresas dejando el territorio catalán en busca de seguridad jurídica y ahora dejando escapar la EMA. Estamos ante el mayor ejemplo de que el nacionalismo es una ideología destructiva y en contra del progreso.