Terrorismo yihadista

La yihad apunta a la infancia

La Razón
La RazónLa Razón

Las primeras informaciones facilitadas por la Policía británica sobre el autor del atentado de Manchester confirman el mismo patrón del terrorista captado por el Estado Islámico a través de las redes sociales, aunque el hecho de que haya dispuesto de un potente explosivo no permite excluir que hubiera recibido ayuda o instrucción de uno o varios cómplices. En efecto, la fabricación de una bomba cargada de metralla, como la que sembró el horror en el vestíbulo del «Manchester Arena», no está al alcance de todo el mundo, por más que los yihadistas tengan dispuestos numerosos tutoriales para la fabricación de artefactos explosivos caseros en la red oscura de Internet («Darknet»). El terrorista suicida, identificado como Salman Abedi, de 22 años, de origen libio, responde, igualmente, al perfil del hijo de inmigrantes musulmanes, nacido y crecido en el país de acogida, que no es consciente de las razones que obligaron a sus progenitores a huir al exilio y que acaba por rechazar un modo de vida en el que no consigue integrarse. La elección de sus víctimas, niños y adolescentes, muchos acompañados por sus padres, que habían acudido al concierto de una de las actuales estrellas mediáticas norteamericanas también responde a la fijación del islamismo contra lo que mejor representa la forma de vida occidental: la libre y festiva reunión de personas, sin distinción de sexo, para escuchar música y bailar. Así fueron elegidas como blanco las discotecas juveniles de Tel Aviv, la sala Bataclan de París y la sala de fiestas de Estambul, por citar algunos de los ataques más sangrientos. En definitiva, todo lo que está perseguido por el fanatismo religioso islamista, allí donde domina. Ayer, las autoridades británicas reconocieron fallos en sus medidas de prevención y anunciaron una nueva estrategia de vigilancia que pondrá el acento en los espectáculos musicales, con el despliegue en las calles de más efectivos de la Policía. Es, por supuesto, una tarea ineludible, pero que, por sí sola, no podrá garantizar la seguridad. La naturaleza de la amenaza, concreta en sus fines pero difusa en los métodos y sus autores, obliga a extremar la investigación preventiva, especialmente con el mayor control posible de las redes de internet, que es la única forma de desenmascarar a los terroristas en potencia, que suelen dejar pistas en su procesos de radicalización. El caso español, que se caracteriza por el trabajo investigativo tenaz y a largo plazo, que ayer volvió a demostrar su eficacia con dos nuevas detenciones de individuos ligados a la propaganda islamista y a la labor de captación de terroristas, es el ejemplo a seguir. Sobre todo, en lo que se refiere a la cooperación con las fuerzas policiales de países árabes que, como Marruecos, Túnez o Argelia, se encuentran bajo la misma amenaza del yihadismo. Sin duda, el intercambio de información entre los distintos servicios de Información europeos, que debería incluir las listas de sospechosos, es la asignatura pendiente de la seguridad en la Unión Europea. La supresión de las fronteras interiores no vino acompañada de las medidas de vigilancia conjunta que hubieron sido necesarias y, pese al recrudecimiento de los atentados terroristas, los acuerdos de colaboración impulsados por Bruselas no acaban de formalizarse. Hay, pues, que insistir en que la lucha contra el yihadismo no admite el mantenimiento de los viejos esquemas nacionales, en los que cada cuerpo de Policía se responsabilizaba de su territorio. La amenaza es global y sin fronteras. La respuesta de Europa debería ser igual.