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Las víctimas del terror merecen un gran homenaje de Estado

La Razón
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Por primera vez en 12 años, la Puerta del Sol de Madrid fue escenario de un acto de homenaje a los asesinados en los atentados del 11 de marzo de 2004 en el que participaron todas las asociaciones de víctimas. También ayer, en la capital de España y en otras ciudades como Barcelona y San Sebastián, asistieron a las distintas ceremonias de recuerdo representantes de los principales partidos políticos, unidos en su rechazo a la barbarie y en defensa de la democracia. Por supuesto, el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy; el secretario general de los socialistas, Pedro Sánchez; el líder de Podemos, Pablo Iglesias, y el secretario de Unidad Popular, Alberto Garzón, hicieron acto de presencia en uno u otro escenario madrileño, aparcando por unas horas las diferencias partidistas. Faltó el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, que no debería descuidar las formas si pretende que se le reconozca como un político con visión de Estado. Lo vivido ayer es, pues, un paso importante, pero insuficiente. Las víctimas del 11-M, que fue el mayor atentado terrorista cometido en Europa occidental, al igual que todas aquellas personas que han fallecido o visto sus vidas truncadas por el terror, merecen un acto de homenaje con la solemnidad de las grandes ceremonias de Estado. Demandamos una conmemoración que tenga la misma entidad que las que se llevan a cabo en otros países de nuestro entorno, como Francia, donde la nación unida hace visible el propósito común de la defensa de las libertades, la democracia y los valores de la convivencia en paz. Una cita en la que puedan verse reflejados todos los españoles, con independencia de sus preferencias ideológicas, y que suponga el cierre definitivo de la grave herida abierta en la sociedad aquel 11 de marzo, que todavía supura en el ánimo de muchas personas. No es posible ocultar que la manipulación sectaria de la tragedia, con el cerco a las sedes del Partido Popular y el rosario de insultos, en vísperas de unas elecciones generales, y que las subsiguientes campañas que dieron pábulo a calculadas teorías conspiratorias contra los gobiernos socialistas, algunas alentadas desde medios de comunicación, consiguieron enconar a la opinión pública, hasta el punto de que las diferentes asociaciones de víctimas del terrorismo –que, por otra parte, han llevado a cabo una labor impagable de apoyo a las familias de los 193 muertos y al millar y medio de heridos, muchos con gravísimas secuelas físicas y psicológicas, que causaron las bombas yihadistas– nunca habían conseguido, hasta ayer, celebrar un acto conjunto de homenaje. Doce años después, parece tiempo suficiente para que todos olvidemos pasadas conductas, desde luego poco edificantes, y nos centremos en lo que de verdad importa: en el relato de lucha y superación de quienes sufrieron directamente la tragedia y en el ejemplo de la inmensa mayoría de la sociedad española, que en este caso, como en todos los episodios de terrorismo que han intentado destruirla, ha sabido anteponer los principios democráticos, la confianza en la Justicia y el respeto a las víctimas frente al discurso del odio. Todos los grandes partidos políticos españoles, que ya han firmado un pacto de Estado contra el terrorismo, están llamados a ese gran homenaje de unidad y firmeza democrática que merecen las víctimas del terror.