Nacionalismo

Pantomima viajera de Puigdemont

La Razón
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El presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, y su antecesor en el cargo y actual presidente del PdCAT, Artur Mas, han decidido relanzar la campaña internacional del proceso separatista con unas conferencias universitarias en Harward, (Estados Unidos) y Oxford (Reino Unido). Se trata, una vez más, de unos actos para consumo interno, que, mediante el uso desahogado del nombre de dos prestigiosas universidades extranjeras, disimulen ante la clientela nacionalista la indiferencia, cuando no franca antipatía, con que se contempla el proyecto de secesión catalana fuera de nuestras fronteras. No es la primera vez que los dirigentes independentistas buscan una «photo opportunity» con algún político extranjero desavisado o magnifican actos públicos que ellos mismos organizan y, por lo tanto, pagan, naturalmente con el dinero público de la partida dedicada a la promoción exterior del proceso. Tampoco es nuevo el oscurantismo que rodea algunos de estos viajes, siempre pedientes de gestiones de última hora, incluso, sobre la marcha, para conseguir una audiencia «de peso» que no suele llegar. Si no, no se explica que para una simple conferencia Puigdemont se haya preparado un viaje de siete días por Estados Unidos. El problema, podemos adelantarlo, es que todo acaba subsumido en una endogamia, donde se convocan a sí mismos, que sólo sirve para conseguir titulares en la prensa propia. Así, la conferencia que dictará Artur Mas en la Oxford Unión Society –que no es exactamente la Universidad de Oxford, sino un club de debate– ha sido organizada a instancias del Programa Internacional de Comunicación y Relaciones Públicas de la Generalitat de Cataluña, organismo público que dirige, nada menos, que su anterior jefe de Prensa, Joan Manuel Piqué. Del mismo modo, las conferencias previstas de Puigdemont y de Mas en Harward (Boston) han sido impulsadas por antiguos alumnos de la universidad Pompeu Fabra de Barcelona, estudiantes ahora en el extranjero, pero que mantienen su colaboración con el separatismo. Incluso puede decirse que el asunto de la secesión de Cataluña ha sido metido con calzador dentro de unos seminarios dedicados al análisis de los desafíos de los nuevos movimientos populistas. Ya hemos señalado al principio que estos viajes son simples cortinas de humo para tapar la falta de proyección real del soberanismo fuera de España. También, por supuesto, para que los líderes convergentes se alejen, aunque sea brevemente, del chaparrón de noticias adversas que propician las investigaciones judiciales sobre la financiación de la antigua CDC. Sin embargo, no conviene minimizar la campaña exterior de la Generalitat –pagada, insistimos, con los presupuestos oficiales– porque, entre otros efectos indeseables, sirve para crear confusión entre personas y sectores de fuera de España que desconocen los datos básicos del problema. Cualquier declaración o reacción posterior, por poco informada que esté, es inmediatamente exagerada por las terminales separatistas, con la intención de confundir a la opinión pública. Aunque, poco a poco, los ciudadanos de Cataluña han ido recibiendo la información correcta sobre las consecuencias internacionales de la secesión y tienen cada vez mayores elementos de juicio para comprender lo inicuo del proceso, la Generalitat se mantiene en la ficción de su discurso exterior cuando todas las grandes capitales del mundo, desde Washington a Berlín, han dejado claro que la secesión de Cataluña se consideraría una vulneración de la legalidad constitucional y los derechos de soberanía de una nación amiga, socia y aliada.