Podemos

Podemos ataca a la democracia con la «politización del dolor»

La Razón
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Hace unas semanas, Pablo Iglesias anunció un golpe de timón hacia más allá de la izquierda. Lo resumía con una elocuente consigna: «Politizar el dolor». El ajeno, por supuesto. Por si hubiera dudas sobre la estrategia que iba a emprender Podemos, usó la fórmula más beligerante posible: «Cavar trincheras en la sociedad». Sin duda, quedaba arrinconada la idea de partido transversal y socialdemócrata –el propio líder del partido morado ha reconocido que es un puro ardid electoral– y se optaba por el enfrentamiento directo y la toma de la calle. Ayer tuvimos dos ejemplos claros de esta nueva deriva. En primer lugar, asistimos al uso inmoral del dolor de los inmigrantes en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche, Madrid. Tras un intento de motín por parte de un grupo de internos, la Policía Nacional pudo reconducir la revuelta y atender sus peticiones. A las puertas del centro se dieron cita dirigentes de Podemos que hacían suya la protesta «politizando el dolor». La prueba de que se estaba instrumentalizando un tema dramático es que entre los que se manifestaban estaba el portavoz de Podemos en la comisión de Interior, Rafael Mayoral, que, aun pudiendo denunciar, si fuera el caso, las condiciones de vida en los CIE y mejorarlas, prefiere la protesta, la gesticulación, el puño en alto, renunciando al trabajo de diputado para «cavar trincheras». Ya ha dicho Iglesias que la vida política española no pasa por el Parlamento. Pero no esperemos mucho de la idea de Derechos Humanos en Podemos, que se aplica con un estricto control ideológico, muy cobarde: votaron en el Parlamento Europeo en contra de la libertad del opositor venezolano Leopoldo López, condenado a 14 años de cárcel. Después de los incidentes del CIE, ayer vivimos un nuevo ataque a los principios básicos de la democracia: el ex presidente del Gobierno Felipe González, acompañado por el presidente del diario «El País», Juan Luis Cebrián, no pudo participar en un coloquio en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid por el asalto violento de doscientos supuestos estudiantes bajo el lema «Fuera asesinos de la Universidad». Entre los gritos y las pancartas aparecía una dirigida al ex presidente: «Estás manchado de cal viva». Puede considerarse un logro personal de Pablo Iglesias devolver a la vida pública la ignominiosa época de los GAL, pero, sobre todo, rescatar el odio cainita como arma política. Lo hizo en el debate de la fracasada investidura de Pedro Sánchez, el pasado 2 de marzo, y el mensaje ha sido recogido por verdaderos comandos de asalto –¿comunistas, anarquistas, fascistas?– dispuestos a acabar con la convivencia y hacer que en el adversario sólo se vea a un enemigo que eliminar. Aquel error –nunca reconocido– ha traído graves consecuencias, de los que parecen no retractarse: Carolina Bescansa, la número tres de Podemos, justificó el ataque a González por la «crispación» que provoca no cumplir los programas... No es la primera vez que políticos e incluso profesores y escritores han sufrido el acoso de este tipo de grupos (el propio Iglesias lideró uno en la la Facultad de Ciencias Políticas contra Rosa Díez) y se ha impuesto una permisibilidad basada en la supuesta libertad de expresión que tienen estos grupos totalitarios. Se aceptó el escrache –aportación de Ada Colau– como legítima forma de protesta, cuando era un acoso intolerable, e incluso se defiende, a violentos como los de Alsasua, o se guarda sielencio. Si Podemos no cambia su discurso y reconduce su política guerracivilista, nuestra democracia tiene un problema.