PSOE

¿Qué parte del «no» no ha entendido?

La Razón
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Como ya había adelantado LA RAZÓN en sus ediciones del 16 y 26 de septiembre, el sector crítico del PSOE ha decidido forzar la disolución de la Comisión Ejecutiva Federal como la vía más directa para conseguir el relevo del hasta ahora secretario general, Pedro Sánchez. Cabía otra posibilidad, mediante una moción de censura en el Comité Federal, pero se ha elegido la que, en principio, menos prolongaba el enfrentamiento interno, que ayer alcanzaba una acritud pocas veces vista en la política española y que, sin duda, amenazaba con fracturar definitivamente a los socialistas en bandos irreconciliables. Más allá de las interpretaciones normativas sobre los estatutos del Partido Socialista, el único hecho político relevante es que Pedro Sánchez ha perdido la confianza de la mayoría de los suyos, se ha quedado sin órgano de dirección, y a todos los efectos prácticos ha dejado de ser el secretario general del PSOE. Enrocarse, una vez más, en su posición, buscando artificios de leguleyo, defectos formales o una hipotética resolución contraria del Comité de Garantías no es más que prolongar la agonía, sin otro fruto que incrementar el daño al partido. Apelar a la convocatoria de un congreso extraordinario –como hizo el ex secretario de organización, César Luena–, para enfrentar a una militancia confusa y desalentada, proclive como todas las militancias a las posiciones más radicales, con la mayoría de las direcciones territoriales, es caer en los peores defectos del populismo y abrir la senda a la implosión del partido. Un despropósito que no afectaría sólo al PSOE, sino también al conjunto de la sociedad española, que asiste atónita ante esta muestra de autoritarismo personalista y desprecio a los intereses generales de la nación. En política, como en todos los aspectos de la vida, hay que saber reconocer el fracaso y aceptar los errores cometidos, que, en el caso de Pedro Sánchez, son incuestionables. En él reside la máxima responsabilidad de lo ocurrido, aunque sólo sea por su contumacia en una estrategia que ha llevado al PSOE a sus peores resultados y que ha puesto en riesgo el futuro del Partido Socialista como alternativa de Gobierno en el panorama político español. Una estrategia, hay que advertirlo, que sólo ha conseguido fomentar la consolidación de una izquierda radical, contraria a los postulados constitucionales que siempre había defendido la socialdemocracia española y que sólo puede conducir a la inestabilidad. Para comprender el alcance del yerro, baste con decir que, ayer, mientras el PSOE exhibía sus miserias, abierto en canal, las más entusiastas muestras de apoyo hacia Pedro Sánchez venían desde quienes no tienen otra aspiración que acabar con su partido para ocupar su espacio en el liderazgo en la izquierda española. Habría que preguntarle, desde su misma retórica, qué parte del «no» no ha entendido. Si el «no» de sus compañeros de partido, el «no» reiterado de los electores o el «no» del conjunto de la ciudadanía, que le exigía un simple acto de responsabilidad para con la nación.

Y, sin embargo, cuando esta crisis se supere, cuando la figura efímera de Pedro Sánchez se difumine al compás de esta época de turbulencias y dudas en la que nos ha sumido la mayor adversidad económica desde la postguerra mundial, el Partido Socialista Obrero Español tendrá la oportunidad de refundarse y volver a las raíces que le convirtieron en una de las instituciones políticas determinantes de la democracia española. Dispone de líderes de prestigio que, como Susana Díaz, o los 17 dirigentes que presentaron ayer la dimisión, han demostrado que saben anteponer los intereses del partido y de la sociedad sobre los propios.