Reforma constitucional

Sánchez no debió ensuciar un debate que era su última carta

La Razón
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El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, mantuvo en la noche de ayer una actitud absolutamente reprobable que ni siquiera es posible atribuir a un arrebato en el fragor de una discusión política. No. El candidato socialista hizo, consciente y de forma premeditada, acusaciones falsas que trataban de poner en duda la honorabilidad y honradez del presidente del Gobierno, cuya trayectoria a lo largo de su vida política y personal puede calificarse de intachable. No decimos que el problema de la corrupción, que, por cierto, afecta al PSOE y a otros partidos españoles en no menor cuantía, no debía haber surgido en el debate entre los dos candidatos, entre otras cuestiones porque se trata de una de las preocupaciones expresadas por los ciudadanos, sino que hay un límite ético en el respeto a la verdad que el secretario general socialista traspasó ayer, llenando de lodo su intervención y dejando al descubierto sus carencias como político que aspira a gobernar a todos los ciudadanos. Pedro Sánchez tenía, además, la oportunidad de recuperar las señas de identidad que hicieron del PSOE el partido de referencia de la izquierda democrática española. La ocasión venía dada por dos hechos incuestionables: el primero, que en la mesa de debate se hallaban los representantes de las dos formaciones políticas más votadas en las últimas elecciones generales y, el segundo, que se trataba de los líderes de los dos únicos partidos españoles con experiencia en el gobierno de la nación. Es más, el propio moderador del cara a cara, el presidente de la Academia de Televisión, Manuel Campo Vidal, subrayó estos hechos, señalando en su párrafo de presentación que se sentaban a la mesa los dos políticos sobre los que podía recaer la confianza de los ciudadanos para dirigir durante los próximos años la gran empresa que es España. Pues bien, tal vez bajo la presión de la fuga de votos hacia quienes representan la radicalidad y el más grosero populismo, el secretario general socialista, Pedro Sánchez, olvidó que en España las elecciones siempre favorecen a quienes son capaces de ocupar las posiciones del centro político y se empeñó en un discurso bronco, desabrido, plagado de afirmaciones, cuando menos, improbables y, lo que es peor, llevando el insulto a su oponente hasta límites inauditos en la reciente experiencia política española. Con un agravante que no habrá pasado desapercibido a la mayoría de quienes ayer siguieron el debate: Pedro Sánchez cayó en una manipulación de la realidad en la que son expertos los llamados «partidos emergentes», así como los que pretenden la destrucción de la unidad de España. Una táctica con la que tratan de dibujar una caricatura de la sociedad española, como si España no fuera uno de los países occidentales con mejor nivel de vida y con un sistema democrático de los más avanzados del mundo. Y frente al alarde de demagogia del candidato socialista, cuyas propuestas fue incapaz de articular con un mínimo de credibilidad, el candidato popular y actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, mantuvo un discurso firme, apegado a la realidad de la situación, con propuestas medidas y, lo que es fundamental, presupuestadas; con el objetivo de recuperar el mercado laboral y mejorarlo cuantitativa y cualitativamente como la vía para el progreso y el bienestar de los ciudadanos. En efecto, frente a su rival, a Mariano Rajoy le avalaban los hechos.