Gobierno de España

Un Gobierno que pueda gobernar

La Razón
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No se podrá reprochar al presidente del Gobierno y candidato a la investidura, Mariano Rajoy, que no haya aceptado cumplir con la grave responsabilidad contraída con los españoles, claramente expresada en las urnas. Y lo ha hecho, incluso, si en la aceptación por segunda vez del encargo de Su Majestad pudieran verse perjudicados eventuales intereses del Partido Popular, al que, tal vez, favoreciera la coyuntura de una nuevas elecciones. Ha primado –no podía ser de otra forma– el interés general de España, urgida de estabilidad institucional para poder seguir creciendo, pero, también, la esperanza de que pueda surgir de esta etapa política inédita una vuelta a la voluntad conciliadora y de consenso entre los partidos constitucionales que impregnó la Transición y que, como se ha demostrado ante las últimas urgencias presupuestarias, no ha muerto del todo. En cualquier caso, no seremos nosotros los primeros en matar la utopía de una España que pacta y acuerda por encima de los partidismos, en la que primara el bien común, aunque la experiencia de este año convulso mueva al pesimismo. Ésta es, por supuesto, la cuestión esencial, el «leitmotiv» que marcó la intervención del candidato ante la Cámara: que los ciudadanos han trasladado una responsabilidad compartida a todos los partidos, no sólo al vencedor de las elecciones, para hacer frente a los difíciles desafíos que aguardan. En definitiva, que la pretensión de un Gobierno estable, duradero, sólido y tranquilizador, como reclamó Mariano Rajoy, se legitima y se sustenta en la misma voluntad popular expresa. Y en este sentido, y no se trata de hacer juicio de intenciones, cabría preguntarse cuál es la finalidad práctica, dónde está la ventaja para los españoles en permitir la formación de un Ejecutivo al que luego no se va a dejar gobernar. Si la situación de bloqueo político de España, con el riesgo cierto de tirar por tierra todo lo conseguido en materia económica y de empleo, hacía imperativo para Mariano Rajoy aceptar la investidura, también obliga al resto de los parlamentarios a no convertirla en un mero trámite, con un Gobierno débil, forzosamente limitado en el tiempo y sometido a un inútil desgaste, mientras cada cual espera una mejora de sus perspectivas electorales. Nada gana España en ello e, incluso, es dudoso que los adversarios mejoraran realmente sus posiciones de futuro mediante la continuación del bloqueo y la inestabilidad institucional por otros medios. Un Gobierno que pueda gobernar, como pidió ayer Rajoy, es condición indispensable para solucionar los grandes problemas que preocupan a los españoles, entre los que no son menores la viabilidad de las pensiones, la financiación territorial y la estabilidad presupuestaria, inevitablemente ligadas a la creación de riqueza, es decir, de empleo. Y en el mismo problema de la posición minoritaria del tal Gobierno está la oportunidad que necesita la sociedad española para resolver, de una vez por todas, las cuestiones que demandan acuerdos de Estado y cuyas consecuencias desbordan los límites de una legislatura y, aun, de una generación. En ese «tendremos que construir una mayoría cada día», que expresó ayer Mariano Rajoy, está, sí, el reconocimiento de sus limitaciones, pero también, y más importante, el ofrecimiento al resto las fuerzas políticas, especialmente a las que comparten las mismas convicciones constitucionales, de una legislatura diferente, acordada en lo posible, y que ejerza a modo de un segundo impulso a la modernización y desarrollo de la democracia española. Es, se nos dirá, la misma oferta, el mismo planteamiento que ya hizo el presidente del Gobierno en su anterior intento de investidura. Es cierto, pero también lo es que se ha producido en el panorama político un cambio sustancial, el proceso de recomposición del principal partido de la oposición, que sólo se podría pasar por alto si se tratara de un mero conflicto interno personalista, que no parece que sea el caso. Pero si, al final, todo se redujera a una mera salida táctica, a permitir la formación de un Gobierno efímero como parche de urgencia ante las demandas de la opinión pública y las obligaciones de nuestros compromisos europeos, nos hallaríamos ante ese engaño a los españoles contra el que advertía ayer el presidente del Gobierno. España tiene una gran oportunidad de acuerdo y es imperdonable despilfarrarla.