Investidura de Donald Trump

Un mesías en la Casa Blanca

La Razón
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Donald John Trump, de 70 años de edad, se ha convertido en el 45º presidente de Estados Unidos, contra todo pronóstico, pero democráticamente. Es el elegido por el pueblo norteamericano, y así fue reconocido por la candidata con la que pugnó por la Casa Blanca, la demócrata Hillary Clinton. Por más controvertido que sea su programa anunciado, incluso repudiable en muchas propuestas, Trump gobernará legítimamente y, a partir de ahora, sólo debería ser juzgado por sus decisiones políticas, que no dejarán indiferente a nadie: de cumplirlas, transformaría los fundamentos del país, tal y como anunció. A partir de su juramento como presidente de la primera potencia del mundo, ya no bastará decir que sólo es un magnate de la construcción con oscuros negocios, que es un extraño en el sistema –o un antisistema multimillonario–, que su popularidad se debe a sus apariciones en los «realities» de la televisión, que ha mostrado su desprecio hacia la comunidad hispana –y mucho ensañamiento hacia los mexicanos en concreto–, que exhibe un lenguaje soez impropio de un presidente y que juguetea irresponsablemente con su admiración a Putin. El tiempo de Obama ha pasado, y la llegada de Trump a la Casa Blanca inaugura una nueva época, desconocida si nos guiamos por las consecuencias que pueden tener sus prometidas medidas más agresivas y las palabras pronunciadas ayer; pero también con claras intenciones de volver al proteccionismo de posguerra, el nacionalismo más zafio y un populismo que se vanaglorió de ir contra el «establishment», mientras Trump decía que «una nueva nación iba a gobernar el mundo». El discurso de Trump fue una verdadera lección de lo que significa el populismo como instrumento político y que resumió en una frase: «Estamos transfiriendo el poder de Washington DC y dándoselo a la gente, a vosotros». Y para los que quieran ponerle banda sonora «country»: «Los políticos prosperaban mientras las fábricas cerraban». La jura del nuevo presidente no fue la ceremonia de un normal traspaso de poderes de una Administración demócrata a otra republicana, sino que se abre un periodo de excepción, lo que denominó «un esfuerzo nacional para reconstruir nuestro país». Ayer, el mundo entero no vio la toma de posesión de un nuevo presidente de EE UU, sino el momento fundacional de otra manera de hacer política –o antipolítica–, «el día en que el pueblo volvió a controlar la nación». En su discurso en las escalinatas del Capitolio, Trump no renunció a ninguno de los presupuestos que le dieron la victoria y, sobre todo, ha sido fiel a su gran lema: «América primero». Su irrupción como candidato republicano estuvo marcada por un estilo que rompía todas la reglas del juego y, sobre todo, por el uso de la mentira y el aprovechamiento con fines políticos de las llamadas «fake news» (noticias falsas). Ayer cambió la mentira por la fantasía. Pero algo está pasando en esa sociedad norteamericana para que finalmente acabase venciendo un candidato dispuesto a romper con determinadas normas. Trump es el síntoma de un malestar evidente en el seno de la sociedad norteamericana, que, expresado con una fórmula cada vez más recurrente y vacía, es la «globalización», y dicho desde el «cinturón de óxido», antes industrial, el empobrecimiento de las clases medias y trabajadoras que han dejado de ser la mano de obra que sostenía el «sueño americano», el viejo «deal». El discurso que pronunció ayer Trump es de difícil digestión: necesita dejarse reposar porque sólo expuso grandes eslóganes anunciando un nuevo tiempo autárquico –«recuperaremos nuestros puestos de trabajo, nuestras fronteras, nuestros sueños»–, con episodios mágicos –llegó a hablar de un «nuevo milenio»– y otros de un nacionalismo demasiado alto en calorías –«cuando abres el corazón al patriotismo, no hay espacio para el prejuicio»–, pero lo sustancial ahora es esperar a la puesta en práctica de las primeras medidas y a la reacción que éstas pueden tener en el mundo. EE UU puede ser el país más poderoso del planeta –«América volverá a empezar a ganar de nuevo, y ganará como nunca antes»–, pero todavía no está solo en el planeta.