Estados Unidos

Volkswagen: una acción ventajista que no debe quedar sin sanción

La Razón
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La acción ventajista urdida por la multinacional alemana Volkswagen, la primera firma europea de la industria del automóvil y la tercera del mundo, tiene, sin distancia alguna que salvar, las mismas características de las peores fullerías de la historia, que, sin embargo, ha dado hitos tan clamorosos como la ruleta trucada del estraperlo. Los ingenieros de la firma instalaron –sin duda con el pleno acuerdo de la dirección– un sistema electrónico en los motores EA-189, para burlar los sistemas de control de las autoridades nacionales responsables de certificar el nivel de emisiones contaminantes de los vehículos. La trampa, muy sofisticada, consistía en un sensor que «avisaba» a la centralita electrónica del coche de que estaba siendo calibrado por un sistema externo, momento en que entraba en funcionamiento un programa que reducía automáticamente la potencia del motor y el consumo. Cuando se retiraba la sonda, el vehículo recuperaba sus prestaciones y, por lo tanto, sus verdaderos niveles de emisiones.

Si hemos descrito por extenso el sutil procedimiento seguido por una firma prestigiosa, puntera en las nuevas tecnologías y declarada adalid de la defensa del medio ambiente para llevar a cabo su engaño, es para que el lector quede advertido contra los intentos de desviar responsabilidades hacia los ingenieros de los organismos oficiales de control, a quienes, además de las dificultades técnicas que presentaba una manipulación de estas características, no debía caberles la sospecha de una actuación de tan baja estofa por parte de una empresa de su reputación. De igual manera, tampoco se deben aceptar excusas y justificaciones que se escudan en los sucesivos avances normativos medioambientales. Es cierto que se han sucedido hasta seis reglamentos sobre emisiones contaminantes en menos de una década, como también es cierto que se necesita una media de cinco años para desarrollar un nuevo motor y unos doce para amortizar las inversiones. Pero esas reglamentaciones no tienen otra finalidad que fomentar nuevos desarrollos tecnológicos por medio de ayudas y subvenciones, algunas de carácter fiscal, para un fin en el que nadie puede estar en desacuerdo: la mejora de la calidad del aire que respiramos. Es decir, se premia a quien menos contamina, pero no se prohíbe la circulación de aquellos vehículos que cumplen los mínimos legales establecidos. De lo contrario, la mitad del parque automovilístico español no tendría autorización para circular, puesto que nuestro país es, junto con Grecia, el que presenta el mayor porcentaje de coches con más de diez años de antigüedad de toda la Unión Europea. Así, que nadie se engañe, lo que ha hecho Volkswagen es una jugada para sacar ventaja a sus competidores más directos, recibiendo sin tener derecho a ello las reducciones fiscales que existen en países como Estados Unidos o, como en el caso de España, incorporando sus vehículos a los planes de renovación que se financian con el dinero de los impuestos. Una acción ventajista que, además, tiene una connotación especial por tratarse de un asunto, la defensa del medio ambiente, que se ha convertido en uno de los grandes desafíos del siglo y que tiene un enorme coste para los ciudadanos. Es un engaño impropio de una multinacional que era bandera del automovilismo europeo, y puede causar un grave daño a la industria del motor. En definitiva, una jugada ventajista que no puede quedar sin sanción.