Relaciones internacionales

Choque de voluntades

La voluntad del presidente Putin de proteger a su amada Rusia con un colchón que amortigüe los hipotéticos golpes que le pudieran venir del oeste es mayor que la norteamericana de conservar una Europa –al menos la del Este– jugando con sus reglas, es decir, las de la globalización

La Razón
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En julio pasado desarrollé en esta amable Tribuna que de vez en cuando me acoge un símil sobre la confrontación mundial actual, a la que equiparé con una partida de parchís. Fichas azules para nuestros amigos americanos, rojas para la Rusia de Putin, amarillas para los chinos y las verdes –naturalmente– para el vencedor que resulte de la presente pugna entre chiíes y suníes. Un solo tablero y un único posible ganador, pues todos aspiran a la victoria total.

También vengo expresando hace tiempo la idea de que la eficacia militar es el producto de las capacidades por la voluntad de emplear la fuerza. Quizás esta sencilla ecuación sea extrapolable al resto de poderes de cualquier nación.

Pero hoy toca aquí hablar de voluntades en esta compleja partida de parchís mundial en la que la victoria presidencial del Sr. Trump nos está obligando a preguntarnos muchas cosas que antes dábamos por sabidas.

La voluntad del presidente Putin de proteger a su amada Rusia con un colchón que amortigüe los hipotéticos golpes que le pudieran venir del oeste es mayor que la norteamericana de conservar una Europa –al menos la del Este– jugando con sus reglas, es decir, las de la globalización. No es cuestión de divisiones acorazadas, misiles, escuadrones de cazabombarderos o buques de guerra a cada lado de la raya. Es cuestión de jugar tus bazas militares, económicas y sociales con determinación para triunfar, sabiendo que en el extremo de la confrontación está el riesgo de una aniquilación mutua nuclear. Y ahí tenemos que reconocer que la voluntad americana –desde luego la del Sr. Trump– es menor que la rusa del Sr. Putin. Defender esta Europa parece no merecer para ciertos americanos el riesgo –en el límite– de llegar a los umbrales de un holocausto nuclear.

Comparando la voluntad china de convertirse en la potencia hegemónica en Asia con la norteamericana de mantener el «statu quo» llegamos a la conclusión de que tampoco el presidente electo Trump muestra claros signos de estar dispuesto a emplear su fuerza militar para conservarlo. Y de la potencia económica y mercantil ni hablemos, con todos estos aires de aislacionismo y barreras comerciales que adornan al nuevo presidente norteamericano. Japón, la India, Corea del Sur e incluso Australia deben estar preguntándose, no quién tiene la mayor fuerza militar, sino la voluntad de emplearla en la consecución de sus objetivos: ¿China o EE UU? Y también aquí hay armas nucleares en juego.

Y siguiendo con lo de las voluntades, ¿qué decir de los islamistas radicales que creen tener a su lado al dios de las batallas y están dispuestos a inmolar a sus combatientes para lograr la victoria final y llegar así al Paraíso? Antes, EE UU consideraba Oriente Medio como vital por su dependencia energética. Ahora esto ya no es así y su voluntad está flaqueando tras la constatación de errores pasados y objetivos inalcanzables. Cualquiera que gane en la confrontación entre suníes y chiíes será enemigo de Occidente y su cultura, de la fe de Cristo y de EE UU en particular. Y pese a su relativa debilidad militar clásica, su voluntad de emplearla será inmensa frente a un Occidente en retroceso. Recordemos de paso que entre las tierras reclamadas por algunos miembros de este islam radical se encuentra aquella mítica Andalucía que abarca toda la España actual. Armas nucleares en manos musulmanas –si excluimos las de Pakistán–, no hay de momento. Pero lo de Irán ha sido solo un aplazamiento, no una prohibición para siempre. Y si lo consigue Irán, las naciones suníes tratarían inmediatamente después de dotarse con armamento nuclear.

Vertiginosamente descritos hasta aquí están, pues, los tres retadores del actual orden mundial implantado por los norteamericanos tras la implosión ideológica de la URSS y antes de que China y los islamistas radicales despertaran de su letargo secular. El Sr. Trump preconizando un retraimiento estratégico sobre sí mismo de EE UU hace un flaco servicio al mantenimiento de una globalización, de un comercio mundial con pocas barreras y de unos flujos financieros e informativos relativamente libres que tan favorables les han sido a ellos –y de paso a nosotros los europeos– hasta el momento. Y con el dólar aceptado como moneda de intercambio e inversión universal. Dólares que, recordemos, se imprimen por orden de Washington.

Sr. Trump: vamos indefectiblemente hacia un mundo multipolar. Ud. no va a hacer de nuevo a América grande replegándola sobre sí misma. Puede incluso llegar a perder el apoyo de sus aliados en Europa y en Asia y quedarse solo ante los retadores a su orden mundial. Tiene que comprender que no se trata básicamente de un asunto de capacidades, sino más bien de voluntad de emplear los instrumentos a su disposición. De arriesgarse –eso sí, con cuidado y sin bravatas– por defender lo que merece la pena. Por favor, no declare que las uvas están verdes porque no llegue a imaginar cómo alcanzarlas. Defienda lo suyo y lo de sus amigos mientras los tenga y, sobre todo, intente explicárselo así a los americanos: que si se encierran en la cabaña cuando el frío invierno alcance a la globalización no podrán impedir que los osos lleguen a la puerta e incluso la derriben. Seguro que bastantes de los que le han votado comprenden este nuevo símil y posiblemente no haya que entrar en más detalles de lo que puede pasar cuando las fieras hambrientas estén dentro de nuestras casas.

Cuénteselo así, Sr. Trump, a ver si les entra algo de miedo. Yo ya lo tengo.