Catolicismo

Creer en Jesucristo

La Razón
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La semana pasada se celebró la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, en la que se aprobó, para ser publicado en breve, un documento en el que se proclama la fe verdadera en Jesucristo, Salvador y esperanza de los hombres de hoy. Creo sinceramente que ha sido una de las Asambleas más importantes de los últimos tiempos. Sólo por este documento o Instrucción pastoral merecía la pena este encuentro episcopal: se trata del mejor servicio que los Obispos podemos ofrecer en los tiempos que vivimos a la sociedad en la que estamos: la confesión de fe en Jesucristo.

La presentación de este documento, o «Instrucción», me recordaba aquella escena del Libro de los Hechos de los Apóstoles, en la que Pedro, mirando de hito en hito al paralítico que pedía limosna a las puertas del templo, dijo: «No tengo oro ni plata, lo que tengo te doy: ‘¡en nombre de Jesucristo, levántate y anda!’». La Iglesia no tiene otra riqueza ni nada más valioso que ofrecer que la única riqueza y la única palabra que tiene: Jesucristo. Esta es la aportación que el mundo necesita y espera; esto es lo que la Iglesia debe hacer en estos momentos ante la situación tan difícil que atravesamos: ser Iglesia, y ser Iglesia es anunciar, dar testimonio de Jesucristo, entregar a Jesucristo. Algunos, tal vez muchos, no se han dado cuenta de lo que esta Asamblea Plenaria del Episcopado ha aportado en estos momentos a lo que los hombres requieren y necesitan; y lo que la Iglesia les ofrece siempre, particularmente en este Año de la Misericordia es Jesucristo que nos ha traído a Dios, rico en misericordia. La mejor y más grande obra de misericordia que podemos llevar a cabo es confesar y anunciar a Jesucristo, Salvador y esperanza para los hombres de hoy.

Con plena sinceridad, gozo y esperanza, con profundo agradecimiento a la Iglesia que nos ofrece tal confesión de fe y proclamación de esperanza y con total ánimo de servir a esta humanidad a la que tanto quiero, reconozco que la Instrucción aprobada por los Obispos es de una trascendencia social y humana enorme, decisiva, un grandísimo servicio a la sociedad española tan necesitada de renovación profunda, y de ello no tengo más que palabras de congratulación y de alegría por esta fe que la Iglesia proclama, que ofrece a todos, y que a nadie se le impone ni se le obliga. Muchas veces se oye una cierta acusación a la Iglesia: «están ustedes demasiado callados, no les importa lo que está pasando; ante todo lo que está cayendo, ustedes en silencio; ¿qué es lo que hacen o están haciendo?». Cierto que eso me interpela, nos interpela; es cierto, no podemos estar callados, no podemos cruzarnos de brazos, algo hay que hacer, sin duda. Lo que la Iglesia debe hacer es ser Iglesia, actuar como Iglesia. Y ser Iglesia, actuar como Iglesia es anunciar a Jesucristo, hacer presente a Jesucristo, luz de los hombres, evangelizar. Esto me lleva al núcleo y me conduce a la gran cuestión, la decisiva cuestión, la necesidad y obligación, de anunciar a Jesucristo: el único nombre que se nos ha dado para la salvación de los hombres. No se llevará a cabo una nueva evangelización sin estar convencidos enteramente de que Jesucristo es el único en quien tenemos todos la salvación. No será posible una nueva evangelización, como en los primeros tiempos, si no se vive la certeza, hecha carne de nuestra carne, de que sólo Él tiene palabras de vida eterna y de que sólo con Él y en su nombre podemos levantarnos y caminar hacia el futuro grande que nos aguarda. Esto está en la base de la misma fe, por tanto, de la transmisión de la fe. Con esa fe, los cristianos confesamos y proclamamos, hoy, como ayer y siempre, la unicidad y la ‘universalidad salvífica de Jesucristo; hoy lo hacemos en medio de un mundo caracterizado por el relativismo. Se trata de una verdad que no hemos inventado nosotros, sino que se nos ha dado y hemos recibido y palpado, que descubrimos, y que sólo podemos recibir de Aquel que es la Luz y el fundamento último de toda visión y todo conocimiento. No se trata de una interpretación humana. El mismo Jesús, en el texto de la confesión de fe de Pedro, dice: «Esto no te lo ha revelado nadie de carne y sangre, sino mi Padre que está en cielo». Anunciar a Jesucristo, el Señor, con obras y palabras, y hacer posible la experiencia del encuentro con Él, y de lo que este encuentro significa para el hombre, es el primer servicio, ineludible, que la Iglesia puede y debe prestar a cada uno y a la humanidad entera en el mundo actual, de nada tan indigente y necesitado como del sentido de su misma existencia. En efecto, sigue la urgencia viva del mandato misionero del Señor a su Iglesia, un mandato que cada día es más apremiante ante la mayor de todas las necesidades que el mundo tiene hoy de conocer a Jesucristo y de la salvación que en Él se nos ofrece; desde nuestro mundo actual, en efecto, se escucha un poderoso llamamiento a ser evangelizado. La Iglesia de nuestros días se siente apremiada a evangelizar; como Pablo oyó aquellos macedonios que decían: «¡Venid, ayudadnos!», también hoy la Iglesia oye el mismo grito de una multitud incontable –lo podemos palpar en nuestros días– que está pidiéndole ayuda, evangelio, esperanza, sentido, amor, Dios, –en definitiva–, Jesucristo aunque no lo sepan; ella vive hoy con particular intensidad la misma preocupación y responsabilidad que Pablo sintió tan en carne propia: «¡Ay de mí si no evangelizare!». El mundo nos pide a Cristo; y la Iglesia se lo ha de entregar en su realidad verdadera y viva. No se puede evangelizar si no se ofrece y entrega, si no se anuncia y se testifica, la verdad de Jesucristo, no creada ni inventada por nosotros. No puede haber conversión, humanidad nueva hecha de hombres nuevos con la novedad del Evangelio, si se les anuncia un Evangelio distinto del que hemos recibido, si se les transmite una interpretación humana más de Jesús, una invención humana y no la persona real y concreta de Jesús, en toda la integridad y realidad de su Persona y de su misterio, a quien sólo podemos llegar si somos atraídos por Dios por el anuncio y el testimonio fiel de lo que hemos visto y oído por medio de la Iglesia, fiel a la enseñanza de los Apóstoles. ¡Gracias Conferencia Episcopal por este regalo que van a ofrecer a la España actual!