Joaquín Marco

Desde un agujero negro

La Razón
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Dos astrofísicos desconocen todavía parte del comportamiento que no sin imaginación designaron como agujeros negros. Hay quienes lo aplican también a aquellos hundimientos de nuestra mente que tan bien expresó el peruano César Vallejo con el término «golpes en la vida». En estos momentos, al escribir estas líneas, desde una Cataluña todavía irredenta, tengo la extraña sensación de encontrarme al borde de un agujero negro de mi universo y de mi vida. El tan reiterado artículo 155 de nuestra Constitución parece introducirnos en el peligroso ámbito de lo ignoto. He escuchado frases como «si se entra en el 155 nadie puede aventurar cómo y cuando se sale del mismo». Porque a estas alturas de la correspondencia –un auténtico modelo epistolar– entre Rajoy y Puigdemont ambos políticos tienden a evitar en quiebros y cómodos plazos el misterioso e insondable artículo, aunque el PSOE no tema acompañar al PP en tan arriesgada aventura. Carecemos de experiencias, porque lo de Canarias y Felipe González fue mero escarceo. Ninguno se asomó a un agujero capaz de engullir autonomías y hasta democracias. Tan sólo los intrépidos miembros de «Ciudadanos» son capaces de aventurarse en la empresa o eso dicen, yendo aún más lejos que el PP. Lo cierto es que nuestro complejo universo autonómico constituye, todavía hoy, un auténtico misterio que tal vez en el futuro un desconocido científico o historiador podrá desentrañar. Como bien escribió el desolado Rubén Darío no sabemos a dónde vamos ni de dónde venimos. En momentos de extraña lucidez los poetas alcanzan cotas que ni siquiera los astrónomos son capaces de intuir. De hecho, aunque más modestamente, nuestras incógnitas ya fueron señaladas por los clásicos, cuando Sócrates, en palabras recogidas por Platón, apuntaba que «solo sé que no sé nada y al saber que no sé nada algo sé, porque sé que no sé nada». Pero Sócrates ejercía de sofista. Y tal vez el desarrollo del artículo de nuestra Constitución resulte mero sofisma.

Debe serlo, porque en la Generalitat se tiene la impresión de haberse adentrado ya en un silencioso y todavía no declarado 155 (número maléfico). Más aún cuando los héroes de la ANC (Jordi Sánchez) y de Omnium Cultural (Jordi Cuixart) ingresaron el pasado lunes 16 en la tan exclusiva prisión de Soto del Real acusados de sedición. Era lo que deseaban los extremistas de una sociedad dispuesta en una parte a cualquier sacrificio hasta la derrota final. Las esperadas detenciones fueron celebradas por parte de la ciudadanía con una sonora cacerolada poco después. Inmediatamente se situó en la red los videos que los dirigentes habían filmado encareciendo no abandonar las manifestaciones pacíficas que organizaron con tanta eficacia desde la libertad y que se reprodujeron el martes en las capitales catalanas. La aceleración de los tiempos se incrementa a medida que nos acercamos al agujero negro. Quienes aplaudían la idea de cuanto peor, mejor se embargaron de emoción. Ya no era el Parlamento catalán, cerrado por los independentistas a cal y canto desde hace mes y medio, había llegado la hora de la calle. Pero los eficaces líderes encarcelados nunca fueron elegidos por una población inerme y sólo en su parte más visible y audible en zona tan controvertida como el espacio público.

En su tiempo, Manuel Fraga escandalizó a muchos con lo de «la calle es mía». Pero, por fortuna, la Constitución restableció aquel derecho a manifestarse en la vía pública. Y se ha aprovechado con profusión en cualquier parte de este país atormentado por los fantasmas del pasado que ahora nos devuelven a tiempos que creímos superados por los avances de las redes sociales. La cacerolada paradójicamente se practica en tiempos tecnológicamente avanzados. Las noticias y los mensajes son automáticos y no conocen distancias. Pero sobrevive la cacerolada. Participé de una, siendo niño, cuando se difundió la noticia del fusilamiento de Lluís Companys. Conviene no jugar con dramas que han adquirido ya, con justicia, el valor de símbolos colectivos. La situación de quienes desde hace pocos días ocupan celda en Soto del Real junto al vástago corrupto de Jordi Pujol nada tiene que ver con aquel pasado que algunos parecen añorar. Pero la decisión de la juez de la Audiencia Nacional constituye un paso más hacia el insondable agujero negro que engullirá, pese a la presunta moderación socialista –que se está jugando su futuro– lo que convenga de los órganos rectores de la Generalitat. El vicepresidente Oriol Junqueras (nacido en 1969) que, a su vez es Consejero de Economía y Hacienda, mantiene un silencio absoluto ante la deserción de Cataluña de setecientas grandes, medianas y hasta pequeñas empresas, la pérdida de un 20% del turismo ya contratado o la mágica cifra de 14.000 millones de euros. De producirse elecciones propiciadas por Puigdemont, que debería anunciarlas, podría ganar Esquerra Republicana, capitaneada por este voluminoso personaje, católico, feo y sentimental, que se sitúa por ahora en un deliberado segundo plano. De ser así retornaríamos a la senda independentista y habríamos ganado pocos meses. La tormenta perfecta que se espera es la conjunción de la previa declaración de la República Catalana y el establecimiento del 155. ¿quién se habrá avanzado en esta aplazada jugada de póker? La manifestación de mañana en Barcelona, cómo no multitudinaria, pondrá broche de oro a una Cataluña partida en dos o tres. Pero el agujero negro puede tragarse un futuro, el de los ciudadanos que por el momento nos asomamos con miedo y lágrimas a su abismo.