Relaciones internacionales

El parchís mundial

La Razón
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A veces ayuda a comprender lo que está pasando en la esfera internacional el imaginar un símil, por ejemplo, el de cuatro jugadores enfrascados en una partida de parchís sobre el tablero mundial. Cuatro aspirantes a conseguirlo todo –entre los que sólo uno podrá lograrlo– en búsqueda, pues, del imperio global.

Con las fichas azules juega una Norteamérica que no trata de conquistar países, sino «únicamente» que todos jueguen con sus reglas financieras, de comercio y político/culturales que tanto les favorecen. Las fichas rojas se las podríamos asignar a la Rusia del presidente Putin, que manipula el tradicional patriotismo de su pueblo tratando de recuperar la añorada grandeza perdida. Las amarillas se las concederemos –naturalmente– a una China a la que se le está empezando a quedar pequeña Asia. Igualmente que con Rusia, el nacionalismo y el recuerdo de pasados agravios es la fuerza motriz que usan los gobernantes chinos.

El campeón verde está todavía por dilucidarse entre sunníes y chiitas. Compitiendo por el liderazgo de los primeros encontramos al Dáesh de al Baghdadi y un Erdogan que trata de islamizar Turquía aceleradamente soñando con reconstruir su perdido Imperio otomano. También algún príncipe saudí está meditando sobre utilizar la única arma de destrucción mundial en su poder: la posibilidad de desestabilizar el dólar. En el campo chií no hay duda: lidera el Irán de los ayatolás. Entre las verdes encontramos el único componente ideológico de los cuatro jugadores ¡Y qué componente! Pues ellos creen que nada menos que Dios está en su bando. Los otros jugadores no tienen nada parecido a esto, únicamente cuentan con armas nucleares para especular con una solución final –un holocausto– que les pudiera ser favorable.

Este juego se disputa en todo el tablero de la geografía mundial. Los cuatro candidatos aspiran a dominar o imponer sus reglas globalmente. Por la naturaleza propia de la partida sólo puede haber un vencedor. Todos los escenarios de operaciones donde se mueven fichas están interconectados; lo que pase en Siria influirá en Europa; como acabe lo del Mar Meridional de China influirá decisivamente en el comercio mundial; y así podrían seguir estableciéndose muchas conexiones como consecuencia lógica de la victoria total que los cuatro buscan afanosamente.

Pero cada jugador tiene un número limitado de fichas en función de sus recursos económicos, militares, humanos y morales. Deben pues administrarlas con prudencia, ya que lo que comprometan en un teatro no podrá ser empleado en otro. Deben pues –esencialmente– jugar con el concepto de prioridad en mente.

Hay naturalmente otros jugadores –naciones u organizaciones– con menor ambición o recursos, que también pretenden conseguir cosas. Pero no son jugadores globales y deben limitarse a apoyar a alguno de los cuatro principales. La OTAN reúne a los amigos del bando azul preocupados con la estrategia de rojas y verdes pero que no alcanzan a lidiar con las amarillas.

Pero basta ya de teoría, de abstracciones de penoso seguimiento por los no interesados en los arcanos de la estrategia; pasemos a ejemplos prácticos.

Las últimas intervenciones rusas en Georgia, Moldavia y Ucrania han conseguido en la práctica frenar la expansión hacia el Este europeo de UE y OTAN. Esto es así, porque el estado de ambas organizaciones no permite admitir a naciones con problemas de seguridad pendientes. Falta liderazgo –o quizás coraje– en ambas organizaciones occidentales para asumir más problemas que los internos que ya arrastran. Si el objetivo básico de estas intervenciones de Vladimir Putin era parar la mencionada expansión, lo ha conseguido, acabe como acabe esta aventura. Pero indudablemente esto ha originado unas sanciones económicas, que junto al bajo precio del crudo y del gas natural hacen bastante daño. ¿Qué hacer para aliviar la presión por lo de Ucrania? Los rusos lo han visto claro por las oportunidades que la vacilante política de la administración Obama ha seguido en Siria/Irak.

Vemos aquí un ejemplo de libro de la interconexión de teatros geográficamente lejanos pero funcionalmente (recuérdese que el tablero del parchís es global) conectados. El despliegue ruso en Siria –formal (y cínicamente) para ayudar al régimen establecido del presidente Assad contra unos insurgentes– hace que los EE UU tengan que coordinarse con ellos a no ser que se arriesguen a un choque directo ruso-norteamericano sobre los cielos de Siria. Y recordemos que ambas son potencias nucleares. El presidente Putin ha forzado aquí una situación de interlocución –metiendo sus fichas entre las azules y las verdes– algo que ya empezó en el momento en que Obama se empantanó con lo de las líneas rojas por el empleo de armas químicas de Assad.

Esta forzada manera de convertirse en interlocutor de los americanos en Siria tendrá lógicamente un reflejo en Ucrania, pues no se puede colaborar en un lugar y enfrentarse en otro. La debilidad política europea –de la militar mejor ni hablar– hace que el momento de esta intervención rusa en Siria sea especialmente rentable para conseguir aliviar las sanciones económicas. Así de bonito es el juego del parchís.

No quisiera abrumar al sufrido lector que haya logrado llegar hasta aquí con otros ejemplos; simplemente, decir que el giro o «pivot» de la administración Obama hacia Asia y el Pacifico, estando como está la situación de Oriente Medio y Europa, es como mínimo, prematuro; calificativo ciertamente piadoso, para no bautizarlo como grave error. Los recursos norteamericanos no son infinitos y con la situación en Siria, Irak, Afganistán, Libia y Ucrania como está, no es el momento de encarase con las fichas amarillas de una manera fundamental; es imprescindible la economía de medios.

Los españoles deberíamos prestar más atención a este juego en el que tanto nos va, tratar de comprenderlo y ayudar a que ganen las azules –las que nos son más favorables– en la medida de nuestras fuerzas.