Historia

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El plan de contingencia

La Razón
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Ante la tormenta que se aproximaba hacia nosotros –unos días antes de la investidura del presidente Trump–, sugerí en estas páginas, que de vez en cuando me acogen amablemente, la conveniencia de confeccionar un Plan de Contingencia. Incluso me atreví a explicar brevemente en qué ocasiones se redactan estos documentos. Hoy les propongo imaginar juntos cómo podría ser el proceso de materializarlo.

Su redactor tendría que comenzar reconociendo la situación de partida en la que nos encontramos. Admitir que los españoles estamos en unos niveles históricos de prosperidad económica y libertades cívicas debido a nuestra pertenencia a la UE y a la protección militar que nos ha otorgado la OTAN hasta la fecha. Esta prosperidad actual está ligada pues al libre comercio propio de la globalización, demostrable en el espectacular incremento de las exportaciones, aunque también con alguna faceta negativa como el fuerte endeudamiento público y privado que sufrimos. Pero la globalización también ha venido acompañada de alguna que otra sorpresa: por ejemplo, el enorme flujo de intercambio de información ha fomentado que amplios segmentos de las sociedades occidentales perciban que esta nueva riqueza está siendo injustamente distribuida. Esta sensación está siendo explotada políticamente por partidos populistas sin ofrecer solución alternativa alguna. La convivencia de globalización, sistema democrático y la percepción de que esta nueva riqueza no alcanza a todos está demostrándose cada día como más difícil. El último factor mencionado pudiera llegar a hacer peligrar a los dos primeros.

La elección del presidente Trump –un populista al que podrán seguir otros en diferentes lugares– pudiera llegar a afectar al libre comercio y a la protección militar «rentable» disfrutada, factores básicos de nuestro desarrollo como ya se ha mencionado. Hay que prepararse para reaccionar o nos arriesgamos a perder prosperidad y seguridad si es que algo de lo que viene anunciando Trump se materializa. Reacción que tendría que ser gradual tanto en el campo económico como militar. Pero las dimensiones de España y sus recursos propios aconsejan ejecutar este Plan de Contingencia –de reacción, en realidad– conjuntamente con otras naciones u organizaciones internacionales afectadas y capaces de reconocer y adaptarse a la nueva situación descrita.

La primera tarea a intentar nacionalmente sería suavizar la percepción de que esto de la globalización va bien para unos, pero no para otros. Que la nueva riqueza está siendo injustamente distribuida puede llegar a ser un peligro para la supervivencia del sistema democrático. El mecanismo tradicional para evitar esto ha sido, desde siempre, la política fiscal. Especial atención debería prestarse a las empresas multinacionales que a veces son percibidas como entidades sin control que solo contribuyen a hacer inmensamente ricos a unos pocos y no tienen patria ni corazón. Repito que creo que esto es una impresión en amplios sectores de la población, que luego votan políticamente y eligen a personas como Trump, Le Pen o prueban a salirse de la UE.

Si en un futuro los EE UU y sus nuevos acólitos nacionalistas abandonan el mandamiento del libre comercio, quizás no nos quede más remedio a los europeos continentales que buscar la proximidad de China. Acercamiento desde luego duro desde el punto de vista cultural e histórico, pero justificado por lo mucho que hay en juego –prosperidad y seguridad–, el que tendríamos que intentar los europeos, eso sí, con mucha precaución; a medida que las amenazas de la Administración Trump se vayan materializando.

Pasando ahora al otro campo, al de la seguridad, si la OTAN se debilita por decisión del gobierno de la nación líder, habría que refundarla sobre la base exclusiva de los europeos que creemos en un futuro común. Esto excluye –a mi juicio– al Reino Unido, que parece desear navegar por su cuenta por los mares de la globalización. Siendo la OTAN la alianza que mayor éxito ha tenido en la Historia, si hay que sustituirla por otra, habría que buscar una nueva nación líder que desempeñe el papel de los norteamericanos en estos casi 68 años juntos. Francia es la única nación que tiene armas nucleares, invierte bastante en su Defensa y muestra voluntad de emplear los medios militares cuando son necesarios. Alemania no es así y si lo fuera, su liderazgo militar despertaría más fantasmas que los que pueden surgir con Francia. Si los europeos seguimos invirtiendo poco y descoordinadamente en medios militares y no aceptamos liderazgos claros para decidir, nunca contaremos frente a los otros agentes mundiales. Invertir más en cañones y menos en mantequilla no es suficiente para el trance en que nos puede poner la Administración Trump; es necesario además elegir a aquél que va a decidir hacia dónde deben apuntar estos cañones y eso nos va a costar mucho, el esfuerzo de superar los recuerdos históricos. Pero el «America first» –que puede llegar a convertirse en un «America only»– no sólo se lo debemos al Sr. Trump. Tras las frustraciones de Afganistán e Irak, la media faena de Libia y la tragedia de Siria, el presidente Obama con su «leading from behind» inició un retraimiento estratégico norteamericano que ha envalentado a China, Rusia y a los islamismos radicales en su lucha por el predominio global. Trump sólo ha añadido al desencanto del pueblo norteamericano con estos fracasos militares el retraimiento económico. Eso sí, con malos modos y atolondradas y provocativas formas de anunciarlos.

Hay que ponerse a redactar con urgencia un Plan para navegar por estas aguas turbulentas, pues las recetas económico-liberales clásicas no son adecuadas para este mundo globalizado con nuevas facetas que estamos descubriendo cada día. Deberían ser complementadas –mientras haya tiempo– con medidas de justicia fiscal y quizás de todo tipo. La seguridad europea tampoco va exactamente bien. Evitemos que proliferen más Trumps.