Historia

Historia

El Rey, Francia y la Transición

La Razón
La RazónLa Razón

La transición política española tuvo dos ejes esenciales: uno interior, consistente en neutralizar las fuerzas involucionistas que intentaban malograrla; otro, exterior, cifrado en ganar la credibilidad de la comunidad internacional y el apoyo al proceso, en particular de los países miembros de la entonces Comunidad Europea, de cuyas instituciones estaba excluida España por las carencias democráticas del régimen franquista.

Europa, para los españoles, había dejado de ser a partir de los años 60 una referencia geográfica para convertirse en una aspiración política. Europa era la Europa comunitaria en la que España necesitaba anclarse para garantizar la democracia naciente y su desarrollo económico en un espacio de libertades y estabilidad jurídica.

En términos políticos, Europa era la nueva frontera ambicionada. En términos económicos, la alternativa al modelo de economía cerrada, que había retrasado el crecimiento durante la primera mitad del siglo XX. Desde el asesinato del presidente del Gobierno, almirante Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973, las principales democracias occidentales, y en especial las Instituciones comunitarias y el Gobierno de París, siguieron muy atentos la situación política española. Seguimiento facilitado e impulsado por los partidos políticos aún en la clandestinidad y por personas de la sociedad civil bien relacionadas con la Casa del Príncipe Don Juan Carlos.

La percepción europea de lo que acontecía en España tuvo muchos altibajos de aciertos y distorsiones, pero el Príncipe Juan Carlos supo suscitar esperanzas, y vencer escepticismo. Recordemos cómo en 1974 el llamado espíritu del 12 de febrero, que parecía abrir un cierto horizonte de evolución, perdió credibilidad por la ejecución de Puig Antich y por el conflicto abierto con la Iglesia, a raíz del caso de la homilía de Monseñor Añoveros, obispo titular de la diócesis de Bilbao. El Príncipe asume a título provisional las funciones de la Jefatura del Estado el 19 de julio de 1974, de las que es relevado el 12 de septiembre de 1974. Se produce en esos días el atentado terrorista etarra de la cafetería Rolando; Franco destituye a Pío Cabanillas en octubre de 1974 y dimite el ministro de Hacienda, Antonio Barrera de Irimo, buen amigo del presidente Giscard.

En este escenario de incertidumbres, los días 10 y 11 de enero de 1975 la Comisión Europea dio cobertura a una reunión llamada de los 30 de Bruselas, organizada por el «Club de Realidades Europeas del presente». Se reunieron allí políticos españoles del interior que dialogaron entre ellos, con políticos europeos y con altos funcionarios de las instituciones comunitarias. A diferencia de Munich en el 62, la reunión estaba fuera de toda clandestinidad.

Lo que sucedía, o pudiera acontecer de modo inminente en España despertaba el interés y la inquietud de los gobiernos, de las fuerzas políticas y de los medios empresariales europeos y especialmente en Francia, más aún después de observar atónitos la Revolución de los Claveles en Portugal.

Francia acogía en 1974 la creación, en julio, de la Junta Democrática; del Congreso del PSOE en octubre; la creación de la Plataforma de Convergencia Democrática en 1975 y el nacimiento de la Platajunta en 1976. Con un jefe del Estado en decadencia física imparable y un Gobierno errático de Carlos Arias Navarro, el entorno del Príncipe Juan Carlos jugaba un papel relevante desde Bruselas y desde París para que Europa entendiese los propósitos democratizadores de quien estaba preconizado que accedería al Trono.

Don Juan Carlos habló de consenso y de concordia nacional al ser proclamado Rey el 22 de noviembre de 1975 ante las Cortes. El jueves siguiente, día 27, en el Te Deum oficiado en Los Jerónimos, el cardenal Tarancón añadía los compromisos de reconciliación a los que el Rey sólo había podido aludir. Entre los numerosos dignatarios de otros países destacaba el presidente de Francia, Valery Giscard D’Estaing, deseoso de apadrinar el reinado que comenzaba. Lograr la colaboración de Francia en las dos grandes aspiraciones españolas, Europa y Democracia, era más que un requisito formal, era una exigencia vital.

Que comandos terroristas circularan abiertamente por el sur de Francia y provocaran hasta el extremo a las fuerzas involucionistas españolas suponía un riesgo gravísimo para la democracia. Que las negociaciones de adhesión a las Comunidades Europeas, que requerían el compromiso de Francia, tardaran años en concluirse, acentuaba la frustración por el retraso de las aspiraciones nacionales y fragilizaba el itinerario de la transición.

El Jurado del Prix Diálogo, de la Asociación de Amistad Hispano Francesa, al otorgar recientemente su Reconocimiento a la figura del Rey Juan Carlos, quiere evocar la labor de la Corona para que España fuese reconocida por Francia como la gran nación que es y para que Francia se reencontrase con España, superando los desencuentros y poniendo en evidencia lo que dos naciones grandes y vecinas, abiertas al Mediterráneo, nexo del Sur hacia el Norte europeo y hacia América Latina, pueden emprender si buscan soluciones a los problemas del presente y miran al futuro sobre la base del entendimiento.

El Rey Juan Carlos, en su primer discurso en el Elíseo, el 27 de octubre de 1976, recordó cómo el Emperador Carlos V, refiriéndose al rey Francisco I de Francia, dijo «Mi primo Francisco y yo estamos por completo de acuerdo: los dos queremos Milán». Y concluyó su discurso diciendo: «El entendimiento entre nosotros será siempre un servicio a la comunidad europea y un beneficio para dos grandes pueblos , cuya historia vuelve a fundirse en la hora de las grandes empresas».

Más de cuarenta años después , justo es reconocer que el Rey, al comprometerse con la democracia, se convirtió en motor de la transición e hizo posible una nueva etapa, enriquecedora, de las relaciones con Francia.