Luis Alejandre

España y Dominicana hoy

Con las velas y las anclas llevábamos la espada, pero también la Cruz y la cultura. La primera piedra de su catedral diseñada por Alonso de Rodríguez se ponía en 1514. Su Universidad se abría en 1558 bajo la advocación de santo Tomás de Aquino

La Razón
La RazónLa Razón

He vuelto a Santo Domingo con la intención de profundizar en unos acontecimientos poco conocidos en España: la anexión de la República Dominicana a nuestra Corona en 1861 y una guerra que ellos llaman de Restauración entre 1863 y 1865, año en que terminó la aventura anexionista. No entraré en la política exterior de la Unión Liberal de O’Donnell que nos llevó al Pacífico, a Marruecos, a Cochinchina o a México, ni en la contemporánea Guerra de Secesión Americana, porque sólo quiero dejar testimonio de los lazos que siguen existiendo entre dos pueblos unidos por tantos aspectos culturales e históricos. No olvidemos que a la Hispaniola –hoy dividida como sabe el lector en dos estados, Haití y República Dominicana– llegó Colón en su primer viaje un 5 de diciembre de 1492 tras haber tocado tierra en Guanahani en las actuales Bahamas y en Cuba. Aquí dejó el Almirante una primera guarnición en el fuerte Navidad.

Tampoco podemos olvidar que desde Santo Domingo partieron las más importantes expediciones españolas del Nuevo Mundo: Hernán Cortés a México; Diego Velázquez a Cuba; Juan Ponce de León a Puerto Rico; Juan de Esquivel a Jamaica; Pizarro a Perú; Vasco Núñez de Balboa a Panamá y al nuevo océano Pacífico. Con las velas y las anclas llevábamos la espada, pero también la Cruz y la cultura. La primera piedra de su catedral diseñada por Alonso de Rodríguez se ponía en 1514. Su Universidad se abría en 1558 bajo la advocación de santo Tomás de Aquino.

Dominicana se independizaría a comienzos del siglo XIX influida por los mismos sentimientos emancipadores de nuestra América tras nuestra Guerra de la Independencia. España, agotada tras larga lucha contra Napoleón, no era capaz de dar respuesta a las necesidades de aquellos pueblos, ni siquiera proporcionarles seguridad. En la Isla caribeña además, se daba otra circunstancia: el compartir el territorio con otra sociedad de cultura francesa y población mayoritariamente negra siempre necesitada de más espacios para albergar su fuerte presión demográfica. De hecho, con distintas alternancias, dominó la totalidad de la misma hasta 1844. Mas, conseguida esta nueva independencia, aquella sociedad entró en un periodo de alternancias convulsivas en las que la deuda de guerra representaba un lastre, en la que los diferentes sectores sociales y económicos difícilmente se conjuntaban, en que las difíciles comunicaciones en un territorio montañoso y muy compartimentado impedían cohesionar con eficacia un estado. Es cuando la joven República, siempre latente la amenaza de Haití, buscó el protectorado de otros países: primero la Gran Colombia, luego Francia, incluso los Estados Unidos –involucrados en su Guerra de Secesión– y finalmente España. La misma España que en el Tratado de Nimega (1678-79) había «aceptado y tolerado la colonia francesa de Saint Dominique» el actual Haití y que en el de Rijswijk (1697) cedía a Francia la parte occidental del territorio. Lo entregaba a cambio de recuperar Cataluña invadida por las tropas de Luis XIV, aspecto a tener muy en cuenta cuando analizamos las consecuencias de la Guerra de Sucesión a nuestra Corona en 1714. Pero es que además, en la Paz de Basilea(1795), que puso fin a la guerra contra la Francia revolucionaria, invadidas nuevamente Cataluña, Vascongadas y Navarra hasta la línea de Miranda de Ebro, Godoy cedía la parte oriental, la totalidad de la isla, a Francia. Creo que los dominicanos nunca debieron perdonarnos esta claudicación. Los dejábamos en manos de otra cultura, de otra raza; renunciábamos a siglos de historia; obligábamos a muchos de ellos a exilarse. No acabó aquí la presión francesa por poseer un territorio insular importante en el Caribe. En 1802 Napoleón mandó una fuerte expedición al mando de su cuñado el general Víctor Manuel Leclerc que se instaló en la bahía de Samana, una zona hoy turística de enorme belleza, sobre la que también mostraron interés posteriormente los EE.UU antes de instalarse en Guantánamo en la vecina Cuba. Leclerc no pudo resistir los ataques navales ingleses y sobre todo una epidemia de fiebre amarilla que pudo con el mismo en noviembre del mismo 1802.

Al periodo que sigue a nuestra Guerra de la Independencia (1809-1821) le llaman ellos de la «España boba» es decir de la España perdida, incapaz de preocuparse por ellos, de darles seguridad. Y a la independencia que proclaman en 1821 la denominan «efímera» porque un año después Haití se anexionaba de su territorio por la fuerza de las armas.

Con estos antecedentes, no obstante, hoy las relaciones entre España y la República Dominicana son muy buenas. Miles de dominicanos viven entre nosotros y el sector más dinámico de nuestro turismo ha fijado sus objetivos en sus costas. Muchos españoles, quizás desconocedores de esta común historia, disfrutan de sus paisajes y su clima.

Creo que todos hemos decidido apostar por el presente y el futuro, antes que lamentarnos de los muchos errores del pasado.