Universidad

Extrema universidad

En la universidad siempre ha habido revueltas y como se sobreentiende que el estudiante es rebelde e inconformista, se ha justificado que protagonice episodios de lucha. Será así pero eso ya huele a moho

La Razón
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La crónica político-judicial de estas semanas eclipsa otras noticias. Repesco algunas que ilustran sobre ciertas tendencias. Por ejemplo, tras sentarse en el banquillo, Artur Mas vino a la capital, es decir, a Madrid, en concreto a su Universidad Autónoma. A preguntas de los asistentes sobre posibles terceras vías para el «problema catalán», afirmó que hay dos esquemas: o Cataluña como Estado independiente o como Comunidad Autónoma y que si se plantea una vía intermedia, en la línea del «nuevo federalismo», tal oferta tendría que venir del Estado.

Cuando Mas afirma que cree que esa solución intermedia «existe, pero tiene que plantearla el Estado», hay que deducir que apuesta por ella, lo que inquieta. Porque inquieta que esté gestándose una suerte de tercera opción y algunos indicios hay: por ejemplo, el principal partido de la oposición –creo que sigue siendo el mismo– apuesta por soluciones federales o llegan susurros de que por el lado del Gobierno central se mantienen contactos discretos en Cataluña.

Mi temor es que esa solución se saldase con constitucionalizar la deslealtad, la insolidaridad y una desigualdad inadmisible entre territorios; que Cataluña se erigiese ni siquiera como Estado federado, sino acoplado, es decir, de hecho como Estado cuasi independiente acoplado a España sólo para que avale su deuda y sea su salvoconducto para seguir en la Unión Europea. Fuera de eso, el Estado desaparecería de allí. Bueno, no quería hablar de esto, pero no he podido evitarlo; pido disculpas. Sí quería hacerlo sobre un detalle que me chocó al conocer esa noticia: a diferencia de otros actos universitarios con políticos invitados, éste no lo reventó ningún grupo estudiantil, ni el ilustre invitado fue acosado e insultado; nadie intentó agredirle. Todo respeto. Como esas gestas las protagoniza la izquierda radical deduzco que, aparte de dar la bienvenida a discursos secesionistas, administra la libertad universitaria y decide quien puede hablar y quien no, aunque sea un burgués, su partido esté enfangado en el tres por ciento o estuviese aun caliente el banquillo en el que se sentó días atrás.

Pero la burra al trigo y entre la algarabía mediática por los urdangarines, gürteles y bankias, se coló la noticia de cómo se las gastan los radicales, que nunca duermen. Ahora en la Universidad de Sevilla. Se iba a celebrar un debate cívico –y crítico– sobre la ideología de género y el debate fue reventado por feministas radicales y por un grupo de extrema izquierda llamado «Kaos». Según las crónicas, previamente Podemos había caldeado el ambiente, metiendo miedo a algunos de los invitados que optaron por no ir.

Y otro episodio, también de estos días, ahora protagonizado no por presuntos discentes, sino docentes. Encausada una estudiante y condenado un rapero, ambos por sus tuits satíricos sobre el asesinato de Carrero Blanco –más su chófer y escolta–, doscientos profesores se solidarizaron con ellos en alegre camaradería con colectivos varios, también judiciales. Como se ve, el influjo del radicalismo universitario tiene más manifestaciones y, por favor, que no se me pretexte debate jurídico alguno. Ese ardid no cuela, aunque no descarto que algún abajofirmante ejerciese de pánfilo.

Intuyo que el brazo universitario de la izquierda radical se apunta a la operación psicológica de borrar de nuestra memoria un pasado incómodo. Sin embargo ETA no es redimible ni olvidable porque no fue, sino que es y su rastro de muerte y destrucción –en muchos casos aun impune– no admite bromas, sátiras ni sainetillos. Pero en la comuna ideológica de esa izquierda hay hermandad con quienes hacen de la violencia su arma política. Con tanta comprensión no extraña que algunos discentes se sientan legitimados para ejercer la «violencia suave»: va en su ADN ideológico y su ejercicio es cuestión de grado e intensidad.

En la universidad siempre ha habido revueltas y como se sobreentiende que el estudiante es rebelde e inconformista, se ha justificado que protagonice episodios de lucha. Será así pero eso ya huele a moho. El argumento de la universidad, desde luego la española, debería ser la búsqueda de la excelencia y de paso repeler o, como mínimo, silenciar y avergonzarse de quienes en su seno están más cerca de la violencia, teórica o práctica, que del saber.