Antonio Cañizares

Frente a la ideología de género (I)

Es preciso recordar que la maldad de esta ideología sin base científica alguna –hay que afirmarlo con toda claridad que no tiene base científica– es porque destruye a la familia y al hombre mismo, y hace inútil la fe en Dios por carecer de sentido para esta insidiosa ideología

La Razón
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Vuelvo de nuevo a la ideología de género, que es una de las cosas más graves que están aconteciendo en este momento; vuelvo en mi responsabilidad de obispo, que no puede callar ante la maldad de esta ideología y de la pretensión de imponerla en la enseñanza a los más vulnerables, que son los niños, los preadolescentes y adolescentes. Además, vuelvo a este tema ante la sanción que se le ha impuesto a un colegio de Alcorcón, concretamente el Juan Pablo II, con el que me solidarizo y agradezco su valentía y coherencia. La sanción se le ha impuesto en aplicación de la «Ley de transexualidad» de la Comunidad de Madrid; pero también cabe la posibilidad de otras sanciones en la misma Comunidad o en otras comunidades, porque ya faltan muy pocas comunidades en las que no se aprueben leyes semejantes, claramente inicuas.

Las sanciones por llevar la contraria y por oponerse a esas leyes, en virtud de derechos humanos fundamentales –el de libertad de conciencia, de pensamiento, de educación y religiosa, por ejemplo– son signo inequívoco del carácter dictatorial sin paliativo alguno de estas leyes, porque, sin duda, vulneran preceptos constitucionales y democráticos claramente. Me hace recordar que nos encontramos en la época en que se multaban homilías, y qué ridículo se hizo entonces ante todo el mundo libre. Sobre una homilía pronunciada por mí mismo en la catedral de Valencia, estos días de Navidad, alguna opinión pública ya aventuraba que por lo dicho en esa ocasión podrían sancionarme con una cantidad de cierta importancia. Es preciso recordar que la maldad de esta ideología, sin base científica alguna –hay que afirmarlo con toda claridad que no tiene base científica–, es porque destruye a la familia y al hombre mismo, y hace inútil la fe en Dios por carecer de sentido para esta insidiosa ideología.

La ideología de género lleva consigo el cuestionamiento radical de la familia y de su verdad –el matrimonio entre un hombre y una mujer abierto a la vida–, y, por tanto, el cuestionamiento de toda la sociedad. La familia, en verdad, desaparece –quizá es lo que persiga– porque como dice el Papa Francisco, esta ideología «niega la diferencia y reciprocidad natural de hombre y de la mujer: ésta presenta una sociedad sin diferencias de sexo y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una identidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo. Es inquietante que algunas ideologías de este tipo como la de género, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que el sexo biológico («sex») y el papel sociocultural del sexo («gender») se pueden distinguir, pero no separar. Por otra parte, la revolución biotecnológica en el campo de la creación humana ha introducido la posibilidad de manipular el acto generativo, convirtiéndolo en independiente de la relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana, así como la paternidad y la maternidad, se han convertido en realidades componibles y descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las parejas. Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad» (Papa Francisco: Amoris laetitia, 56).

Supone también esta ideología el cuestionamiento de todo lo que significa y conlleva «tradición» e «identidad».