José Jiménez Lozano

Inquietantes coincidencias

Ahora mismo, entre nosotros, algo pasa aunque sólo sea porque no hay dos calles próximas y paralelas, como en París, una de las cuales se llama «Voltaire» y la otra «Santos Padres»

La Razón
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Una vez suprimida la institución inquisitorial, el ingenio popular y el del comercio la convirtieron en atractivo turístico, junto a los toros, los bandidos generosos, las Cármenes con la navaja en la liga y las posadas españolas. Todo esto entusiasmaba a nuestros visitantes, y los españoles se apresuraron a mostrar por doquier cárceles, cámaras e instrumentos de tortura supuestamente inquisitoriales.

Para esto era suficiente disponer de un local, preferentemente subterráneo, en el que reunir toda clase de chatarra oxidada, cepos de caza, punzones o sierras y clavos, sogas, poleas y jergones como para ejercicio de un faquir, explicando dentro de esos recintos verdades y cuentos inquisitoriales entremezclados, y el negocio estaba hecho; y España adquiría una reputación de país negro y atrasado, y muy pobre, aunque también país en el que la gente comía muy bien, como escribía el doctor Lassalle a su suegro, don Carlos Marx.

Con el paso de tiempo, se concluyó por olvidar lo que había sido el antiguo Tribunal, y éste se convirtió casi de modo exclusivo en el santo y seña mismos de la persecución de la libertad de expresión y de imprenta, pero olvidando algo otros aspectos más decisivos, tales como una estrictísima corrección política y un fundante espíritu demagógico.

La Inquisición en efecto, perseguía no a los judíos sino a los falsos conversos judíos e islámicos que se sospechaba que habían vuelto a sus antiguas creencias y estableció unos indicios que delataban esta realidad, enfatizando también los signos propios de la casta limpia cristiana y española a parte entera: el tipo ejemplar del labrador de secano, y gente del pueblo llano en general, amantes del tocino y nunca mezcladas con judíos o moros, mercaderes o banqueros, y tampoco en discusiones intelectuales, y ni siquiera en lecturas. Y Cervantes hace un guiño a este asunto, en las páginas de «Los alcaldes de Daganzo», cuando Humillos, el labrantín que es candidato a alcalde, dice que él no sabe, ni quiere saber, leer, porque es cosa que «lleva a los hombres al brasero y a las mujeres a la casa llana», esto es, a los hombres a la hoguera inquisitorial y a las mujeres al burdel. Así que el andar con libros y escrituras fue no poco peligroso para muchos.

Y personas en lo más bajo de las situaciones sociales, con el orgullo de casta limpia a su favor, tenían en su mano el destino del resto de las gentes, y especialmente de los más altos señores, con insinuar solamente su posible condición de sangre no limpia de judíos, islámicos o conversos de ellos, testificando que no comían cerdo, o animal de pezuña partida, gustaban de libros, se mudaban de ropa interior para el sábado y no encendían lumbre en este día, y no hablaban «en cristiano», o lengua que no entendía el común de las gentes.

Así que es claro que a lo que más se parecía aquel ambiente social era a una democracia popular, con sus tabúes contra la clase social burguesa, y sus signos de pertenecer a ella. Pero es que, ahora mismo, entre nosotros, algo pasa aunque sólo sea porque no hay dos calles próximas y paralelas, como en París, una de las cuales se llama «Voltaire» y la otra «Santos Padres», y esto es sencillamente porque, en nuestra vida pública se da algo así como un funcionamiento perfectamente inquisitorial, a comenzar por el establecimiento de una especie de pureza grupal de sangre, limpieza de pensamiento y expresión democráticos que definen quienes tienen, o no, esa limpieza, y a quienes se silencia como si estuvieran muertos, o se malsina o denuncia y se saca a irrisión y odio públicos en los medios públicos como con sambenito a cuestas, para que sean despreciados: «ganado roñoso y generación de afrenta que nunca se acaba», que decía el Maestro fray Luis. Y no sólo hay nombres de calles con sus nombres que se borran, sino memorias que se destrozan en efigie. Así que tantas coincidencias digo yo que debieran inquietarnos.